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domingo, 31 de mayo de 2020

Thomas Alva Edisom (31.05.2020)

Thomas Alva Edisom (31.05.2020)

(El Dominador de las Fuerzas Físicas para Usos Prácticos) (1847-1931) (1)

 En las primeras décadas del siglo XIX, las naciones van acortando cada vez más sus distancias, empleando en el transporte que las relaciona un tiempo que antes debía de considerarse absurdo. El descubrimiento del enorme potencial calórico que encierra la hulla, y la fuerza expansiva del vapor, junto con la construcción de las primeras calderas, hace surgir un medio de comunicación totalmente desconocido hasta el presente. Fulton idea el primer barco movido a vapor, y Stephenson aplica este mismo principio al ferrocarril; pero todos estos nuevos ingenios entran casi dentro de los límites previsibles, aun cuando para sus contemporáneos constituyen algo imposible de superar. Ya Galvani investiga en tal sentido, en las postrimerías del siglo XVIII, y Volta, más tarde, hace saltar entre los polos de dos pequeñas columnas una nueva energía que supera en millones de veces la fuerza y la velocidad humana, capaz de transmitir mensajes, mover los transportes y alumbrar calles y casas. Es la electricidad que da al traste con todas las leyes físicas, y trastoca las previsiones dimensionales conocidas.

Por fin la Ciencia ha conseguido dominar la materia y convertir en esclava a la que por tanto tiempo había tiranizado a la humanidad. Este resultado, sin embargo, no puede considerarse como producto exclusivo de un genio aislado, que después de laboriosas experiencias personales llegase a una conclusión definitiva, sino que debido a la labor constante de considerables equipos de científicos que fueron allanando y superando el camino para que otros investigadores pudieran continuar la tarea emprendida. Si alguna vez surge el sabio que con su propio esfuerzo o su ingenio profundo proclama un nuevo principio, la mayor parte de éste es consecuencia del trabajo de millares de colaboradores. Pero lo verdaderamente necesario e imprescindible para realizar un prodigio capaz de suscitar en los demás la admiración es la fe absoluta de un solo hombre en ese prodigio, aunque a veces, como dice Stefan Zweig, el tesón de un profano en materias científicas consigue dar el impulso creador en un momento preciso en el que titubean los más sabios, e incluso la casualidad interviene para poner en marcha la gran empresa. A esta categoría de hombre genial responde el norteamericano Edison.

Thomas Alva Edison nace el 11 de febrero de 1847 en Milan, pueblecito situado al oeste de los Estados Unidos de América. Su padre, Samuel, de ascendencia holandesa, se había instalado hacía tiempo en este lugar, al tener que huir de la justicia del Canadá por haber tomado parte en un desafortunado intento revolucionario, y teniendo que marchar de allí, se decide por Milan, que reúne la ventaja de ser un importante centro comercial de granos y madera.

Todavía no había ferrocarriles; pero, poco después, los capitalistas conspicuos del lugar se reúnen, y deciden construir un ancho canal que una el pueblo al lago Huron, buscando así una salida a las producciones naturales de la vasta extensión del norte del estado de Ohio.

Samuel abandona sus actividades anteriores, y deseoso de emprender una vida en paz con el gobierno y sus vecinos, se dedica a los negocios. Años más tarde se casa con Nancy Elliot, la madre del futuro genio de la electricidad, joven maestra perteneciente a una familia muy culta y piadosa de Nueva York, a quien ha conocido cuando ejercía su profesión en una escuela pública de Vianna (Ontario).

América vive por aquella época la enloquecedora fiebre del oro. De toda Europa viene aquella horda de aventureros que no conoce otra ley que la del más fuerte, ni más orden que el impuesto por sus brazos. Muchedumbres ingentes llegan a California. El recién estrenado telégrafo acaba de difundir a través de los continentes la aurífera promesa. Edison, anciano ya, recordará aquellas “carretas cubiertas” que cruzaban en hileras interminables el país hacia el Oeste, paradas ante la casita modesta y de una sola planta que recogió por primera vez sus risas y sus lloros.

Es aquí, en Milán, donde por primera vez sus sagaces ojos aprenden a observar, a distinguir y a penetrar en el fondo de las cosas. De su padre, hereda su fortaleza y resistencia física para el trabajo; de su madre, a la que siempre profesó un tierno cariño, la seriedad, la humildad, cierto gusto para descubrir el lado humorístico de las cosas, y el mismo aspecto físico: su frente, grande y alargada; sus ojos, profundos, y un rostro franco y agradable donde los labios siempre están dispuestos a sonreír y dibujarse en un rictus irónico.

Sin la mano firme y cariñosa de su madre es muy probable que Edison nunca hubiera llegado a ser lo que fue. Muchacho insociable, es ella, con su dulzura y apoyo moral en los momentos más críticos de su vida, la que le anima y mantiene en el recto camino del trabajo y del estudio. (…)


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