¡Venga
mi gato! (25.05.2020)
Buen Humor (Madrid 07.05.1922)
— ¡Necesito cinco duros!
Al
acabar de pronunciar estas palabras, Antonio se llevó las manos a la cabeza y
se la apretó de tal manera y con tal fuerza como si pensara sacar el dinero de
lo alto de la coronilla.
—
¡Cinco duros necesito!
Y
ahora, en vez de apretársela, se rascó con furia. ¿Hemos dicho con furia? Pues
no, señor; más que con furia, con saña, con violencia, con crueldad, como si
debajo de su revuelta pelambre tuviera una mina.
—
¡Ah!...
Podemos
asegurar al lector que Antonio exclamó: «¡Ah!», e inmediatamente se puso en
pie, cogió una silla, se subió en ella, y un momento después tenía en su mano
un bonito reloj de cuco.
Antonio,
aunque no había dejado de respirar, respiró ahora con más fuerza, como si
tuviera intención de llevarse en los pulmones todo el aire del gabinete.
Cogió
una capa, se la colgó en los hombros y tapó con ella el reloj. Unos cuantos
pasos más, y ya tenemos al joven en un pasillo de la escalera.
—
¡Mi padre!...
En
efecto: Antonio había visto a su padre que subía. Sonrió, y apretó sobre su
costado la caja del reloj.
—
¿Adónde vas?
—
¡Psch!... ¡Al café!...
—
¿Tan temprano?
—
No es tan temprano.
—
¡Serán las dos!
Las
dos eran, porque en aquel momento sonó un ruido debajo de la capa: «¡Cu...,
cu!...»
Tosió
Antonio, arrastró los pies y quiso formar bulla hablando alto; pero volvió a
oírse, claro, limpio, el «¡Cu..., cu!...»
Cambiaron
de color el padre y el hijo. El padre tiró de la ¡capa..., y (La escena que
pasó entre padre e hijo, no es para descrita. Un rato después, Antonio estaba
en el gabinete rumiando: «¡Necesito cinco duros!»)
Ahora
cogió al gato negro, de tiesos bigotes, de movimientos lánguidos y de brillantes
ojos. Le acarició, y agarrando de nuevo la capa y pasándole la mano casi al
mismo tiempo al gato, operación dificilísima, le envolvió en el paño azul, y ya
nuestro héroe está de nuevo en la escalera.
«¡Miau!»
Es
lo que acostumbran a decir estos felinos, lo mismo cuando están en el alero
aguardando pacientemente a la gata esquiva, que cuando van envueltos en una
capa. Así llegó el joven con el gato a una casa de esas conocidas con el mote
de compraventa.
Allí,
como en otras partes, era Antonio muy conocido. Se arrimó el joven al mostrador
con el bulto, y por el lado opuesto se acercó también el usurero.
—
¿Qué traemos?...
No
acabo de hablar. Antonio había destapado el gato, y el animal pegó un brinco
por encima de la calva del usurero, y éste pegó otro al verse frente a la
enfurecida alimaña.
—
¡Cinco duros! —gritó Antonio.
—
Pero, hombre, por Dios, ¡no tomamos gatos!
Allá,
en todo lo alto de la estantería, entre un viejo acordeón y un par de botas,
había buscado refugio el gato. Allí brillaban como dos ascuas sus ojos.
Rogó,
suplicó Antonio, quiso enternecer el corazón del usurero; pero siempre, siempre
encontraba la misma respuesta:
—
¡No tomamos gatos!
—Está
bien, señor... Entonces, ¡venga mi gato!
Fue
el prestamista al gato y el gato se fue sobre el prestamista. Gritó el
prestamista, y mayó el gato.
Acudió
un dependiente, que fue recibido con el conocido «¡Fu, fu!» y algún que otro
«¡Miau!, ¡miau!» trágico y agresivo. Y todos corrían, mientras Antonio,
tranquilo, repetía su cantinela:
—
¡Venga mi gato!
—
¡Si no tomamos gatos! — gritaba el usurero.
—
Por eso lo he traído, porque no lo toman ustedes...
Y
en lo alto de una cornisa, con las uñas fuera y los ojos brillantes, quedó el
gato amenazando herir al audaz que se le arrimara.
Y
Antonio se llevó los cinco duros.
Julio
Romano.
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