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miércoles, 13 de mayo de 2020

Confesiones de un torturador fanfarrón (13.05.2020)

Confesiones de un torturador fanfarrón (13.05.2020)
Torturadores y CIA - Xabier Makazaga
El 22 de noviembre del 2004, la prestigiosa revista semanal de ciencia y
tecnología New Scientist publicó una entrevista a Michael Koubi, que trabajó durante 21 años para el Shin Bet, servicio de seguridad israelí, y fue su principal “interrogador” de 1987 a 1993. En ella, Koubi se jacta de que, dándole suficiente tiempo, podría hacer hablar casi a cualquier persona, y tiene el descaro de afirmar categóricamente que eso lo consiguió siempre «sin usar ninguna clase de presión física».

He aquí la traducción de algunos de los pasajes:

— ¿Qué hace usted cuando se enfrenta a un detenido que no quiere hablar?

— Ésa es mi especialidad. Sé cómo hacerlo. Me ha sucedido muchas veces.

— ¿Cómo actúa?

— Tengo muchos sistemas. Pero la hago sin usar ninguna clase de presión física.

— ¿Puede hablarme sobre esos sistemas?

— No, no puedo.

Más adelante, ante la pregunta de si tuvo algún detenido que no pudo romper, afirma que:

— Me sucedió, pero muy raramente. Podría contarlos con los dedos de una mano.

— ¿Por qué eran tan difíciles?

— Eran gente muy primitiva, iletrada y sin educación.

— ¿Por qué es más difícil en esos casos?

— Se comportan de un modo diferente. No puedo hablar sobre ello. No puedo enseñarle todos mis trucos.

La entrevista prosigue en el mismo tono y termina con una fanfarronada:

— El interrogatorio puede dejar traumatizada a la gente durante un montón de años. ¿Puede usted justificarlo siempre?

— Puede estar seguro de que nunca utilizamos métodos físicos o psicológicos que dañen a los detenidos.

— ¿Piensa usted que podrían hacerle hablar si lo interrogaran?

— No. Utilizaría los mismos métodos que utilizo al interrogar a alguien, pero a la inversa. No confesaría nada. Nada.

— ¿No tiene usted debilidades?

— Ninguna. Ninguna en un interrogatorio.

Los antiguos responsables de seguridad israelíes no acostumbran a conceder entrevistas, y me extrañó la aparición de ésta en Internet, por lo que decidí echar un vistazo en la red para ver si encontraba algo que justificara el súbito interés de Koubi por conceder aquella entrevista.

¡Y vaya si lo encontré! En un santiamén. Estoy seguro de que la clave está en un largo e interesante artículo de Mark Bowden, “The Dark Art of terrogation”, publicado en octubre del 2003, un año antes de la entrevista, en la revista The Atlantic Monthly.

En dicho artículo, Bowden justifica sin tapujos la tortura, y una de sus principales fuentes es precisamente Koubi, que explica al autor diversos métodos de tortura-interrogatorio y trucos de los que dice no poder hablar en la entrevista posterior al New Scientist.

Las traducciones de algunos de los pasajes más significativos no tienen desperdicio:

«Koubi dice que “... La gente se asusta ante lo desconocido. Se asusta porque puede ser torturada... Intenta visualizar cómo te sentirías con una capucha sobre tu cabeza, cuando estás hambriento, cansado y asustado, cuando te aíslan de todo y no tienes ni idea de lo que pueda suceder”. Cuando el cautivo cree que cualquier cosa es posible –tortura, ejecución, prisión indefinida, incluso la persecución de sus seres queridos– el interrogador puede empezar a trabajar».

Esto no se parece en absoluto a lo que dijo un año después en la entrevista, ¿verdad? Es evidente que Koubi se sintió de lo más a gusto con Bowden, decidió que podía hablarle en confianza, y soltó todo lo que soltó. Demasiado.

No creo que a las autoridades israelíes les hiciera ninguna gracia el artículo, aunque aplaudieran a rabiar las tesis vertidas en él, y seguro que recibió una severa reprimenda por ello; sobre todo, cuando al poco de su publicación se difundieron a través de Internet las reveladoras fotos sobre la tortura en Abu Ghraib. No era el momento oportuno para un artículo semejante, que aparte de clarificador resulta muy instructivo:

«Para Koubi los tres componentes esenciales del proceso son la preparación, la investigación, y la puesta en escena (el teatro).

La preparación de una persona para ser interrogada significa debilitarla. Lo ideal es que sea arrancada de su sueño de madrugada, y que lo sea de manera violenta, encapuchada (un saco grueso, sucio, apestoso, puede resultar perfecto), y mantenida inconfortablemente a la espera, quizás desnuda en un cuarto frío, mojada, forzada a estar de pie o sentada en una posición incómoda. Puede ser mantenida despierta durante días antes del interrogatorio, aislada y mal alimentada. Estar insegura sobre dónde está, qué día u hora es, cuánto tiempo ha estado o estará detenida. Si está herida puede retirársele la medicación; una cosa es causar dolor, otra rechazar aliviarlo».

De la “preparación”, que tan bien explica el artículo, se encargarían otros, claro, y el cultísimo Koubi no tendría por qué ensuciar sus pulcras manos cuando interrogaba a sus “preparados” detenidos, usando para ello los elementos adecuados obtenidos mediante una exhaustiva investigación (carácter, puntos débiles, familia, seres queridos...) en una puesta en escena para la que se sirven de todo tipo de medios.

Dicha puesta en escena es primordial para romper psicológicamente al detenido (por ejemplo, mediante grabaciones 11trucadas para hacerles creer que sus seres queridos están siendo también torturados por su culpa), y el artículo también aporta interesantes análisis e informaciones al respecto:

«El interrogatorio simplemente empuja a una persona contra una esquina. Le fuerza a opciones difíciles, y ofrece ilusorias vías de escape.

Un interrogador experto sabe qué método funcionará mejor con su detenido, y al mismo tiempo que aplica con pericia la presión sobre él, también abre continuamente esas vías de escape o liberación. Para ello, debe entender qué es lo que impide, en el fondo, que un sujeto colabore. Si es su ego, aplicará un método. Si es el miedo a las represalias o a que su situación empeore, puede ser preferible otro método. Para la mayoría de los cautivos el principal incentivo para guardar silencio es simplemente su orgullo. Se está poniendo a prueba, no sólo su lealtad y convicción, sino su hombría. El permitir al sujeto que salve la cara reduce el coste de la capitulación, y un interrogador ingenioso le ofrecerá argumentos persuasivos: otros han hablado ya, o la información es ya conocida. Las drogas, si son administradas con el conocimiento del sujeto, son provechosas a este respecto. Si alguien cree que una particular droga o "suero de la verdad" lo deja sin defensas, muerde el anzuelo. No pueden responsabilizarle de haber hablado. Según un estudio citado en el libro MKUltra de George Andrews, un placebo –una simple píldora de azúcar– era tan eficaz como una droga real hasta en la mitad de los casos».

Habla también de los métodos empleados una vez que los detenidos eran encarcelados: «Los israelíes instalaban micrófonos camuflándolos lo suficientemente bien para que parecieran estar ocultos, pero no lo bastante para evitar el que fueran descubiertos. De esta manera, hacían creer a los presos que sólo en ciertas partes había micros. De hecho, los había en toda la cárcel. Las conversaciones entre los presos podían ser oídas dondequiera, y supervisadas de cerca. Eran una fuente inestimable de información. Presos que pudieron aguantar intensos interrogatorios bajaron la guardia más adelante, al hablar con sus camaradas en la cárcel».

12Analizaré en otros capítulos éstos y otros muchos datos que aporta el artículo. Aquí me conformaré con subrayar que Koubi se fue sin duda de la lengua. A pesar de su fanfarrona afirmación, al final de la entrevista posterior, de que en un interrogatorio no hablaría de ninguna de las maneras (¡Qué fácil es soltar bravatas cuando se sabe que las probabilidades de tener que pasar por un trance similar son ínfimas!), lo único que ha quedado bien claro es que, antes incluso de pasar por ningún interrogatorio, bajó la guardia al hablar con uno de sus camaradas... y resulta que éste abusó de su confianza.

No hizo falta que le aplicaran sutiles técnicas de interrogatorio. Una de esas debilidades que Koubi dice no tener, su vanidad, sumada a la de Bowden, dispuesto a lo que fuera con tal de firmar un brillante artículo, han terminado por ofrecernos valiosas informaciones.

Y es que una de las tesis que defiende Koubi en la entrevista, la de que es más fácil hacer hablar a los “listos” que a la gente “muy primitiva, iletrada y sin educación”, es bien cierta. Él mismo se encargó de corroborarla: se pasó de listo al contarle todo lo que le contó a Bowden.

Los nazis fueron muy conscientes de esta característica del ser humano y, como explicaré en un capítulo posterior, supieron explotarla a conciencia: en general machacaban a la gente de base y procuraban “jugar” con la gente de cierta responsabilidad.

Aprovechándose, por un lado, del terror que sentían dichos responsables a revelar valiosas informaciones si eran sometidos al tormento, y por otro de su vanidad que les hacía creerse lo suficientemente listos como para engañar a sus captores, consiguieron tales resultados que no les han faltado imitadores desde entonces.

Por lo tanto, en lo fundamental, los modernos torturadores tipo Koubi no han inventado nada nuevo. Adaptan sus métodos de torturainterrogatorio de la misma manera como lo hacían los nazis. Eso sí, disponen de un arsenal tecnológico mucho más sofisticado para aplicar, tras la debida “preparación”, ese oscuro “arte” del interrogatorio. Un arsenal que los nazis ni siquiera llegaron a soñar, y que, gracias a Koubi y compañía, Bowden tiene muy claro cómo se debe utilizar:

«El modelo perfecto de un centro de interrogatorios sería un lugar en donde los presos vivieran con miedo e incertidumbre, un lugar en donde podrían ser o no aislados según decidiera el carcelero, y donde se pudieran grabar todas las conversaciones... Las vidas de los detenidos podrían transformarse en una miseria de malestar y confusión, o recuperar un nivel casi normal de comodidad e interacción social dentro de las limitaciones del confinamiento... La cooperación sería recompensada, la terquedad castigada. Los interrogadores tendrían archivos siempre crecientes sobre sus sujetos, con cada nuevo hecho o revelación produciendo nuevas pistas y más información...».

En octubre del 2003, ese “modelo perfecto”, que tiene todos los visos de ser una excelente descripción de la Base-prisión estadounidense de Guantánamo, podía sonar muy bien a los oídos de mucha gente, pero poco después salieron a relucir las conocidas fotos sobre la tortura en Abu Ghraib, y los descarados defensores de esa terrible lacra tuvieron que volver, siquiera momentáneamente, a las mentiras de siempre.

Por eso estoy tan convencido de que las autoridades israelíes decidieron contrarrestar las reveladoras afirmaciones de Koubi con una entrevista prefabricada a publicar en alguna prestigiosa revista, y como, al igual que a todos los “demócratas” torturadores, les encanta cubrir con un impecable manto de modernidad y brillante ciencia la terrible lacra del inquisitorial tormento, escogieron para ello una bien conocida revista de ciencia y tecnología, que les vino como anillo al dedo para su inconfesable propósito.

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