Torturadores
y CIA - Xabier Makazaga
El
22 de noviembre del 2004, la prestigiosa revista semanal de ciencia y
tecnología New Scientist publicó una entrevista a Michael Koubi, que trabajó durante 21 años para el Shin Bet, servicio de seguridad israelí, y fue su principal “interrogador” de 1987 a 1993. En ella, Koubi se jacta de que, dándole suficiente tiempo, podría hacer hablar casi a cualquier persona, y tiene el descaro de afirmar categóricamente que eso lo consiguió siempre «sin usar ninguna clase de presión física».
tecnología New Scientist publicó una entrevista a Michael Koubi, que trabajó durante 21 años para el Shin Bet, servicio de seguridad israelí, y fue su principal “interrogador” de 1987 a 1993. En ella, Koubi se jacta de que, dándole suficiente tiempo, podría hacer hablar casi a cualquier persona, y tiene el descaro de afirmar categóricamente que eso lo consiguió siempre «sin usar ninguna clase de presión física».
He
aquí la traducción de algunos de los pasajes:
—
¿Qué hace usted cuando se enfrenta a un detenido que no quiere hablar?
—
Ésa es mi especialidad. Sé cómo hacerlo. Me ha sucedido muchas veces.
—
¿Cómo actúa?
—
Tengo muchos sistemas. Pero la hago sin usar ninguna clase de presión física.
—
¿Puede hablarme sobre esos sistemas?
—
No, no puedo.
Más
adelante, ante la pregunta de si tuvo algún detenido que no pudo romper, afirma
que:
—
Me sucedió, pero muy raramente. Podría contarlos con los dedos de una mano.
—
¿Por qué eran tan difíciles?
—
Eran gente muy primitiva, iletrada y sin educación.
—
¿Por qué es más difícil en esos casos?
—
Se comportan de un modo diferente. No puedo hablar sobre ello. No puedo
enseñarle todos mis trucos.
La
entrevista prosigue en el mismo tono y termina con una fanfarronada:
—
El interrogatorio puede dejar traumatizada a la gente durante un montón de
años. ¿Puede usted justificarlo siempre?
—
Puede estar seguro de que nunca utilizamos métodos físicos o psicológicos que
dañen a los detenidos.
—
¿Piensa usted que podrían hacerle hablar si lo interrogaran?
—
No. Utilizaría los mismos métodos que utilizo al interrogar a alguien, pero a
la inversa. No confesaría nada. Nada.
—
¿No tiene usted debilidades?
—
Ninguna. Ninguna en un interrogatorio.
Los
antiguos responsables de seguridad israelíes no acostumbran a conceder
entrevistas, y me extrañó la aparición de ésta en Internet, por lo que decidí
echar un vistazo en la red para ver si encontraba algo que justificara el
súbito interés de Koubi por conceder aquella entrevista.
¡Y
vaya si lo encontré! En un santiamén. Estoy seguro de que la clave está en un
largo e interesante artículo de Mark Bowden, “The Dark Art of terrogation”,
publicado en octubre del 2003, un año antes de la entrevista, en la revista The
Atlantic Monthly.
En
dicho artículo, Bowden justifica sin tapujos la tortura, y una de sus
principales fuentes es precisamente Koubi, que explica al autor diversos
métodos de tortura-interrogatorio y trucos de los que dice no poder hablar en
la entrevista posterior al New Scientist.
Las
traducciones de algunos de los pasajes más significativos no tienen
desperdicio:
«Koubi
dice que “... La gente se asusta ante lo desconocido. Se asusta porque puede
ser torturada... Intenta visualizar cómo te sentirías con una capucha sobre tu
cabeza, cuando estás hambriento, cansado y asustado, cuando te aíslan de todo y
no tienes ni idea de lo que pueda suceder”. Cuando el cautivo cree que
cualquier cosa es posible –tortura, ejecución, prisión indefinida, incluso la
persecución de sus seres queridos– el interrogador puede empezar a trabajar».
Esto
no se parece en absoluto a lo que dijo un año después en la entrevista,
¿verdad? Es evidente que Koubi se sintió de lo más a gusto con Bowden, decidió
que podía hablarle en confianza, y soltó todo lo que soltó. Demasiado.
No
creo que a las autoridades israelíes les hiciera ninguna gracia el artículo,
aunque aplaudieran a rabiar las tesis vertidas en él, y seguro que recibió una
severa reprimenda por ello; sobre todo, cuando al poco de su publicación se
difundieron a través de Internet las reveladoras fotos sobre la tortura en Abu
Ghraib. No era el momento oportuno para un artículo semejante, que aparte de
clarificador resulta muy instructivo:
«Para
Koubi los tres componentes esenciales del proceso son la preparación, la
investigación, y la puesta en escena (el teatro).
La
preparación de una persona para ser interrogada significa debilitarla. Lo ideal
es que sea arrancada de su sueño de madrugada, y que lo sea de manera violenta,
encapuchada (un saco grueso, sucio, apestoso, puede resultar perfecto), y
mantenida inconfortablemente a la espera, quizás desnuda en un cuarto frío,
mojada, forzada a estar de pie o sentada en una posición incómoda. Puede ser
mantenida despierta durante días antes del interrogatorio, aislada y mal
alimentada. Estar insegura sobre dónde está, qué día u hora es, cuánto tiempo
ha estado o estará detenida. Si está herida puede retirársele la medicación;
una cosa es causar dolor, otra rechazar aliviarlo».
De
la “preparación”, que tan bien explica el artículo, se encargarían otros,
claro, y el cultísimo Koubi no tendría por qué ensuciar sus pulcras manos
cuando interrogaba a sus “preparados” detenidos, usando para ello los elementos
adecuados obtenidos mediante una exhaustiva investigación (carácter, puntos
débiles, familia, seres queridos...) en una puesta en escena para la que se
sirven de todo tipo de medios.
Dicha
puesta en escena es primordial para romper psicológicamente al detenido (por
ejemplo, mediante grabaciones 11trucadas para hacerles creer que sus seres
queridos están siendo también torturados por su culpa), y el artículo también
aporta interesantes análisis e informaciones al respecto:
«El
interrogatorio simplemente empuja a una persona contra una esquina. Le fuerza a
opciones difíciles, y ofrece ilusorias vías de escape.
Un
interrogador experto sabe qué método funcionará mejor con su detenido, y al
mismo tiempo que aplica con pericia la presión sobre él, también abre
continuamente esas vías de escape o liberación. Para ello, debe entender qué es
lo que impide, en el fondo, que un sujeto colabore. Si es su ego, aplicará un
método. Si es el miedo a las represalias o a que su situación empeore, puede
ser preferible otro método. Para la mayoría de los cautivos el principal
incentivo para guardar silencio es simplemente su orgullo. Se está poniendo a
prueba, no sólo su lealtad y convicción, sino su hombría. El permitir al sujeto
que salve la cara reduce el coste de la capitulación, y un interrogador
ingenioso le ofrecerá argumentos persuasivos: otros han hablado ya, o la
información es ya conocida. Las drogas, si son administradas con el
conocimiento del sujeto, son provechosas a este respecto. Si alguien cree que
una particular droga o "suero de la verdad" lo deja sin defensas,
muerde el anzuelo. No pueden responsabilizarle de haber hablado. Según un
estudio citado en el libro MKUltra de George Andrews, un placebo –una simple
píldora de azúcar– era tan eficaz como una droga real hasta en la mitad de los
casos».
Habla
también de los métodos empleados una vez que los detenidos eran encarcelados:
«Los israelíes instalaban micrófonos camuflándolos lo suficientemente bien para
que parecieran estar ocultos, pero no lo bastante para evitar el que fueran
descubiertos. De esta manera, hacían creer a los presos que sólo en ciertas
partes había micros. De hecho, los había en toda la cárcel. Las conversaciones
entre los presos podían ser oídas dondequiera, y supervisadas de cerca. Eran
una fuente inestimable de información. Presos que pudieron aguantar intensos
interrogatorios bajaron la guardia más adelante, al hablar con sus camaradas en
la cárcel».
12Analizaré
en otros capítulos éstos y otros muchos datos que aporta el artículo. Aquí me
conformaré con subrayar que Koubi se fue sin duda de la lengua. A pesar de su
fanfarrona afirmación, al final de la entrevista posterior, de que en un
interrogatorio no hablaría de ninguna de las maneras (¡Qué fácil es soltar
bravatas cuando se sabe que las probabilidades de tener que pasar por un trance
similar son ínfimas!), lo único que ha quedado bien claro es que, antes incluso
de pasar por ningún interrogatorio, bajó la guardia al hablar con uno de sus
camaradas... y resulta que éste abusó de su confianza.
No
hizo falta que le aplicaran sutiles técnicas de interrogatorio. Una de esas
debilidades que Koubi dice no tener, su vanidad, sumada a la de Bowden,
dispuesto a lo que fuera con tal de firmar un brillante artículo, han terminado
por ofrecernos valiosas informaciones.
Y
es que una de las tesis que defiende Koubi en la entrevista, la de que es más
fácil hacer hablar a los “listos” que a la gente “muy primitiva, iletrada y sin
educación”, es bien cierta. Él mismo se encargó de corroborarla: se pasó de
listo al contarle todo lo que le contó a Bowden.
Los
nazis fueron muy conscientes de esta característica del ser humano y, como
explicaré en un capítulo posterior, supieron explotarla a conciencia: en
general machacaban a la gente de base y procuraban “jugar” con la gente de
cierta responsabilidad.
Aprovechándose,
por un lado, del terror que sentían dichos responsables a revelar valiosas
informaciones si eran sometidos al tormento, y por otro de su vanidad que les
hacía creerse lo suficientemente listos como para engañar a sus captores,
consiguieron tales resultados que no les han faltado imitadores desde entonces.
Por
lo tanto, en lo fundamental, los modernos torturadores tipo Koubi no han
inventado nada nuevo. Adaptan sus métodos de torturainterrogatorio de la misma
manera como lo hacían los nazis. Eso sí, disponen de un arsenal tecnológico
mucho más sofisticado para aplicar, tras la debida “preparación”, ese oscuro
“arte” del interrogatorio. Un arsenal que los nazis ni siquiera llegaron a
soñar, y que, gracias a Koubi y compañía, Bowden tiene muy claro cómo se debe
utilizar:
«El
modelo perfecto de un centro de interrogatorios sería un lugar en donde los
presos vivieran con miedo e incertidumbre, un lugar en donde podrían ser o no
aislados según decidiera el carcelero, y donde se pudieran grabar todas las
conversaciones... Las vidas de los detenidos podrían transformarse en una
miseria de malestar y confusión, o recuperar un nivel casi normal de comodidad
e interacción social dentro de las limitaciones del confinamiento... La
cooperación sería recompensada, la terquedad castigada. Los interrogadores
tendrían archivos siempre crecientes sobre sus sujetos, con cada nuevo hecho o
revelación produciendo nuevas pistas y más información...».
En
octubre del 2003, ese “modelo perfecto”, que tiene todos los visos de ser una
excelente descripción de la Base-prisión estadounidense de Guantánamo, podía
sonar muy bien a los oídos de mucha gente, pero poco después salieron a relucir
las conocidas fotos sobre la tortura en Abu Ghraib, y los descarados defensores
de esa terrible lacra tuvieron que volver, siquiera momentáneamente, a las
mentiras de siempre.
Por
eso estoy tan convencido de que las autoridades israelíes decidieron
contrarrestar las reveladoras afirmaciones de Koubi con una entrevista
prefabricada a publicar en alguna prestigiosa revista, y como, al igual que a
todos los “demócratas” torturadores, les encanta cubrir con un impecable manto
de modernidad y brillante ciencia la terrible lacra del inquisitorial tormento,
escogieron para ello una bien conocida revista de ciencia y tecnología, que les
vino como anillo al dedo para su inconfesable propósito.
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