Nunca
discutas con un tonto, autor Leonardo Ferrari
Consideremos
el caso del famoso y recientemente fallecido general A.
Buenaguerra. Sus modales cordiales y sencillos, su desdén hacia las pejigueras de los reglamentos y su indudable valor personal le convirtieron en el ídolo de sus hombres. Él les condujo a muchas y merecidas victorias. Cuando Buenaguerra fue ascendido a mariscal de campo tuvo que tratar, no con soldados corrientes, sino con políticos y generalísimo aliados. Le era imposible ajustarse al protocolo necesario. No podía pronunciar las cortesías adulaciones convencionales. Discutía agriamente con todos los signatarios y dio en pasarse días enteros tendido en su remolque, embriagado y sombrío. La dirección de la guerra pasó de sus manos a las de sus subordinados. Había sido ascendido a un puesto para cuyo desempeño era incompetente.
Buenaguerra. Sus modales cordiales y sencillos, su desdén hacia las pejigueras de los reglamentos y su indudable valor personal le convirtieron en el ídolo de sus hombres. Él les condujo a muchas y merecidas victorias. Cuando Buenaguerra fue ascendido a mariscal de campo tuvo que tratar, no con soldados corrientes, sino con políticos y generalísimo aliados. Le era imposible ajustarse al protocolo necesario. No podía pronunciar las cortesías adulaciones convencionales. Discutía agriamente con todos los signatarios y dio en pasarse días enteros tendido en su remolque, embriagado y sombrío. La dirección de la guerra pasó de sus manos a las de sus subordinados. Había sido ascendido a un puesto para cuyo desempeño era incompetente.
En
la década de los años 60 Lawrence J. Peter comenzó a presentar los casos que
estudiaba acerca de la incompetencia del ser humano.
Gracias
a las sugerencias, el apoyo y la colaboración del escritor canadiense Raymond
Hull, en 1969 publicaron conjuntamente el principio de Peter, uno de los
descubrimientos más relevantes y extendidos de la historia, fuente de
explicación y debate de numerosos comportamientos sociales y psicológicos del
ser humano.
Tal
principio está relacionado especialmente con la incompetencia ocupacional,
dando a entender que “en una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta
su nivel de incompetencia”. De esta manera los ascensos se producen de un nivel
de competencia a un nivel de incompetencia.
Esto
no quiere decir que todos seamos unos incompetentes en potencia, ya que, los
argumentos y las posibles soluciones expuestas por los autores son más amplias,
y han permitido predecir, explicar y solventar numerosas situaciones en oficios
y profesiones muy variadas. El principio es, como señalan, inmutable y
universal en la medida que se cumplan las condiciones preestablecidas.
Pero
lo más curioso del caso es que al leer cualquiera de sus páginas puedes darte
cuenta de errores propios, experiencias personales y profesionales o aspectos
más generales de nuestro entorno, que no hacen más que confirmar los postulados
de este principio.
La
sociedad está organizada para optimizar la tendencia humana a trepar. La gente
se afana por alcanzar una mejor posición. Al observar Peter que la
incompetencia se daba en todos los niveles de todas las jerarquías (políticas,
legales, educacionales, industriales, de funcionarios, etc.) formuló la
hipótesis de que la causa radicaba en alguna característica intrínseca de las
reglas de juego para promocionar a la gente. De manera que formuló el principio
que lleva su nombre, EL PRINCIPIO DE PETER:
En
una jerarquía, todo empleado tiende a ascender a su nivel de incompetencia
¿Cómo
se va articulando el proceso? Pues de la siguiente forma, los individuos,
ascienden desde un nivel de competencia a otro de incompetencia; es decir que
al final los puestos en las organizaciones tienden a ser ocupados por gente que
es incompetente para desempeñar sus funciones. Y Usted se preguntará,
¿entonces, porque aun funcionan las jerarquías? Peter explica que el trabajo es
realizado por aquellos empleados que no han alcanzado todavía su nivel de
incompetencia.
Ya
en el año 1910, José Ortega y Gasset dijo que “todos los empleados públicos
deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos
hasta volverse incompetentes”
El
hecho es que se suele promocionar, bien a gente con padrino o bien a gente que
realiza con competencia su trabajo en responsabilidades inferiores. En
cualquier caso, el puesto nuevo a desempeñar tiene tareas y responsabilidades
diferentes y al final ocurre lo que, a la nata, que sube hasta que se corta.
La
competencia de un empleado es determinada no por personas de fuera de la
organización sino por el superior en la jerarquía.
Pueden
ocurrir dos cosas:
1.
Que el superior se encuentre aún en el nivel de competencia, entonces valora a
sus subordinados en atención al trabajo útil que realiza y su grado de
eficiencia.
2.
Que el superior haya alcanzado su nivel de incompetencia, entonces valora al empleado
con criterios institucionales, es decir como el comportamiento que secunda las
reglas, rituales y formas de “statu quo”.
Lo
normal es que la evaluación la realice el “adaptado”, y por ello prevalece la
consistencia interna, las reglas de juego establecidas. La jerarquía debe ser
preservada. De esta forma, la gente termina por hacerse gris en sus vidas: se convierten
en autómatas, siempre obedecen, nunca deciden (para eso cobran los jefes),
porque la “supercompetencia” es más peligrosa y recusable que la incompetencia
y la jerarquía debe ser preservada.
Un
caso especialmente significativo de incompetencia, son las subvenciones a veces
a financiación total (cuando el coste es cero, la demanda es infinita), se
destina dinero (público por supuesto) para luchar contra la contaminación el
aire, del analfabetismo, la pobreza, la marginación social, la soledad de los
individuos... Tan pronto como es ofrecido el dinero, debe encontrarse una forma
de gastarlo. El responsable puede que resuelva o no problemas, lo importante es
que pueda y quiera gastar el dinero.
También
hay que estudiar el tema del “impulso” o el enchufe, es decir, la relación de
un empleado por sangre, amistad, matrimonio… con una persona situada por encima
de él en la jerarquía. Ese tipo de empujoncitos, se detestan, lo normal es que produzca
aversión entre los compañeros, y que le corten trajes. Pero, la envidia
desconoce la lógica, es decir, que los empleados no se oponen realmente a la
incompetencia, simplemente murmuran sobre la incompetencia para enmascarar los
sentimientos hacia los empleados que reciben el impulso y el enchufe.
Las
normas básicas para buscarse un padrino son:
1.
Encontrar al padrino, es decir, elegir a quien puede servir a tus intereses.
2.
Motivar al padrino, es decir, el padrino tiene que sacar algo a cambio,
información, adulación, ascenso gracias al apoyo de los subordinados...
Ningún
tonto se recupera de un éxito, y nada entraña tanto fracaso personal como el
éxito cuando has sido elevado en tu puesto de trabajo hasta alcanzar tu nivel
de incompetencia.
Y
así comienza la insatisfacción en el mundo laboral con repercusión en la vida
personal. Un empleado difícilmente se muestra contento al permanecer en su
nivel de competencia: insiste en elevarse a un nivel que está más allá de sus
facultades. Marx soñaba con una sociedad no jerárquica “de cada uno según su
capacidad, a cada uno según sus necesidades”. Pero ahí está el error, para
conseguir eso habría que mantener a cada uno en su nivel de competencia, pero
como la tendencia es a escalar, todo queda en un sueño, y al final promociona
la gente, se convierte en incompetente y en la mayoría de los casos, acaba
irritado y estresado, pero no puede dar marcha atrás.
Hitler,
consumado político, se convirtió en un pésimo estratega militar; Sócrates,
filósofo por antonomasia, se convirtió en un abogado incompetente, cuando
perdió su juicio y fue condenado a muerte; Marco Aurelio, gran filósofo y
pésimo emperador; Platón fue convertido en esclavo por querer meterse a
gobernante...
La
insatisfacción y la infelicidad de las organizaciones se da entre los trabajadores
por planificar su vida de cara a la escala en la jerarquía. Cuando escalas, te
das cuenta que eso no es para ti, y te amargas... pierdes amistades entre los
compañeros, que te ven con recelo, y como consecuencia te obligas a seguir
escalando, es decir a ser más incompetente, y para ello utilizas la técnica del
necio, adaptarse a la necedad, a los rituales, a las formas de la organización.
La necedad triunfa.
Esto
demuestra la claridad de las ideas de Peter al explicar sus observaciones, así
como la validez de muchas de ellas. Así, por ejemplo, al referirse a una crisis
política o económica, el principio de Peter dice:
1)
Muchos de los expertos han alcanzado en la actualidad su nivel de incompetencia:
su consejo es desatinado o irrelevante.
2)
Algunos de ellos tienen teorías válidas, pero son incapaces de llevarlas a la práctica.
3)
En cualquier caso, ni las propuestas sensatas ni las insensatas pueden ser puestas
eficientemente en práctica, debido a que la maquinaria de gobierno es una vasta
serie de entrecruzadas jerarquías, surcadas de incompetencia en todas
direcciones.
Pero
no solo podemos extraer explicaciones tan amplias como esta que, quizás,
podamos pensar que simplifican en exceso una realidad actual. El escrito de
Peter y Hull aterriza también en aspectos más específicos, que se acercan a
nuestra experiencia digital:
La
codigofilia inicial y digital consiste en una obsesión por hablar con letras y
números en vez de hacerlo con palabras.
Este
hábito está muy extendido y, aunque no siempre se puede relacionar con la causa
que se describe (que lo trivial parezca importante), no deja de ser una barrera
para comunicar adecuadamente.
A
veces no nos damos cuenta que nuestros lectores, oyentes y clientes puede que
no estén familiarizados con ciertos acrónimos, siglas o abreviaciones.
Ahora
bien, esto no quita que en otros casos nos encontremos con discursos que lo
único que hacen es despistar o desorientar a propósito para ocultar la
simplicidad de ciertas ideas o acciones.
Fonofilia,
papirofobia, archivofilia, estructurofilia, incompetencia computadorizada… son
algunos otros conceptos descritos en el Principio de Peter que, lejos de
convertirse en términos sin sentido, a veces esconden nuestros comportamientos
más evidentes y notorios. De todos ellos podemos aprender mucho y deducir
aplicaciones prácticas en nuestra vida personal o profesional que nos ayuden a
alcanzar la competencia.
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