Muchos
locales de alimentación regentados por chinos cerraron incluso antes
del estado de alarma pese a que no estaban obligados. ¿Qué les llevó a tomar esta decisión?
del estado de alarma pese a que no estaban obligados. ¿Qué les llevó a tomar esta decisión?
MADRID16/05/2020 JOSE CARMONA
Una
cámara frigorífica repleta de helados bloquea la entrada a una tienda de
alimentación regentada por una mujer china. De este modo, como si se tratara de
un puesto de mercadillo, atiende a los pocos transeúntes que se acercan a
comprar, cumpliendo así con el distanciamiento social conveniente. Es una de los
muchos tenderos asiáticos del madrileño barrio de Peñagrande: "Ya tocaba
abrir, porque no había dinero", dice en un parco y trabado castellano
mientras gesticula para hacerse entender, dificultada por la mascarilla.
La
mujer está sentada en un taburete en mitad del establecimiento, a un par de
metros de la puerta. Tras ella relucen las bolsas de fritos pese a que las
luces del diminuto recinto están semiapagadas. Las medidas de seguridad que se
ha autoimpuesto contrastan con las de una panadería a escasos metros, donde se
pueden ver dos personas dentro, además de los dos responsables del negocio.
Tras cuatro años en España, esta tendera apenas farfulla dos frases
consecutivas hasta que necesita pararse a pensar. Con sus tres hijos en el
instituto público de la zona, reconoce que no se ha planteado pedir créditos
ICO –apenas entiende que podría disponer de ellos– ni aprovechar alguna de las
medidas que el Gobierno ha puesto en marcha para paliar los efectos de la
emergencia económica.
Como
todo vecino de barrio de varias zonas de España habrá comprobado, muchas
tiendas de alimentación a cargo de población china migrante cerraron antes del
sábado 14 de marzo, fecha en la que se decretó el estado de alarma. Negocios
caracterizados por abrir con horarios eternos y por ser los únicos puntos de
los barrios donde se vende alcohol a menores, algunos aún mantienen letreros
donde avisan de que están cerrados "por descanso" o "por
vacaciones".
"Los
chinos fueron los primeros en cerrar", comenta una vecina del Barrio del
Pilar que vuelve de hacer la compra. "Algo vieron venir, porque fueron los
primeros", insiste con sarcasmo, pero dejando entrever que hay algo detrás
de esa decisión. Deambular por los barrios ha tenido hasta ahora un toque
distópico, como de abandono. Ver las verjas bajadas y las persianas echadas
llevaba la cabeza a escenarios ficticios, a terrenos imaginarios.
Alejados
de teorías de la conspiración vecinales, varios expertos en la migración China
en España defienden una misma tesis para explicar el prematuro cierre de éstos
locales. "Se sentían indefensos, se sentían expuestos. La población china
de España está muy en contacto con lo que pasó allí, así que, sabiendo cómo
eran las restricciones en China, tomaron precauciones previas a pesar de que el
Gobierno todavía no daba pautas", considera Gladys Nieto, profesora de
Estudios de Asia Oriental en la Universidad Autónoma de Madrid y directora del
Instituto Confucio.
Acorde
con esta interpretación de los hechos, los locales cerraron por precaución tras
ver los estragos que el virus había cometido en Wuhan, ciudad de la provincia
de Hubei, que sufrió los primeros daños de la covid-19. Joaquín Beltrán,
profesor de Estudios de Asia Oriental de Universidad Autónoma de Barcelona
(UAB), también se decanta por esta versión: "Eran muy conscientes de que
lo estaba pasando era grave, aunque nosotros nos dimos cuenta una semana
después", declara.
El
temor a ser contagiados es algo de lo que puede dar fe Li, otro tendero
afincado en una esquina cercana a la parada de metro de Avenida de la
Ilustración. Instalado en el barrio desde hace 15 años, su castellano es más
fluido de lo habitual y sus hijos están totalmente imbricados en el panorama
local. El hijo mayor, Shangai, nacido en España, se crio entre la calle y la tienda,
y ahora es uno de los adolescentes que, hasta el estado de alarma, jugaba en el
parque aledaño al local.
"Yo
cerré por miedo", asegura sin un ápice de dudas. "A lo mejor ahora
con el calor las cosas van mejor, pero cuando hacía frío...", confiesa con
temor. Su tienda tiene los habituales clichés de estos negocios: siempre hace
calor por culpa de las neveras, a lo que se suma un pequeño horno donde
calienta barras de pan. Con una pequeña televisión al otro lado del mostrador
para ver películas y matar las incontables horas que pasa en el local, ahora Li
ha añadido a su atorada recepción un plástico de varios metros de longitud que
cuelga del techo y separa al cliente del dependiente. Un amago de mampara para
guardar las distancias y que no inspira demasiada tranquilidad, puesto que
recuerda más a los productos en los que se envuelve el pescado que a una
herramienta para combatir pandemias.
Racismo
durante los primeros pasos de la pandemia
Semanas
antes de declararse el estado de alarma, cuando la pandemia del coronavirus aún
mezclaba la preocupación con la broma, también hubo espacio para el racismo:
"Trabajo en un instituto donde las profesoras son todas chinas y venían a
diario comentándonos situaciones racistas en el metro. Les decían que se apartaran
porque eran portadoras del virus", denuncia Nieto.
Beltrán
confirma ese brote racista, aunque lo considera "temporal", ya que
poco a poco ha desaparecido: "Ha habido casos de niñas y niños adoptados
que decían que se sentían mal porque les echaban la culpa. Incluso, en Madrid
dieron una paliza a un joven de San Francisco con rasgos asiáticos",
recuerda.
Sin
embargo, fueron una comunidad volcada desde el primer momento en frenar la
pandemia. Los chinos migrantes están acostumbrados a hacer sacrificios, aunque
no se le exijan desde el Gobierno: "Hay quienes se fueron a pasar el año
nuevo a China, un mes antes de la alarma, e hicieron cuarentena voluntaria, sin
que les obligaran. Y antes del cierre, muchos ya iban con mascarillas desde
antes de que empezara la locura", confirma el profesor Beltrán, que,
recuerda, fueron precavidos antes que nadie: "Cerraron sobre todo en zonas
donde van clientes chinos y turistas. A quienes no querían recibir era a
turistas chinos, porque temían que alguno pudiera tener el virus".
Un
cierre prematuro sin ayudas
Joaquín
Beltrán: "Son muy conscientes de que la salud pública está por encima de
la economía"
Sorprende
el arrojo de esta comunidad, que no dudó en cerrar sus locales y asumir las
pérdidas que ello pudieran traer. Antes de que el Gobierno siquiera aventurara
medidas, los chinos pusieron por delante la salud. "Son muy conscientes de
que la salud pública está por encima de la economía. Prefieren eso a morirse o
a ser responsables de una muerte. Más que los ciudadanos españoles",
analiza el profesor Beltrán. Hay quienes cerraron el 8 de marzo y ya desde
entonces anunciaron que no volverían a abrir hasta mediados de mayo.
El
perfil del chino migrante ha sido objeto de estudio de Gladys Nieto, autora del
libro La inmigración china en España: "La gran mayoría de tiendas las
lleva gente que viene de una zona en particular, que es la provincia de
Zhejiang –de unos 58 millones de habitantes–. De esta población han llegado
aproximadamente un 70% de los que residen en España. Ahora es una zona muy
próspera, gracias al dinero que han enviado, pero era muy pobre. La gente que
venía de allí eran incluso campesinos. Venían a Europa con la idea de ser
autónomos. Son, especialmente negocios, familiares".
En
la actualidad, en España hay 225.000 chinos, de los cuales 101.000 están dados
de alta en la Seguridad Social. De todos ellos, en torno a 55.000 son
autónomos, un dato elevado en contraste con otros grupos migrantes. "Son,
con diferencia, los que más autónomos tienen y los que más tiendas
tienen", afirma Beltrán.
En
el Barrio del Pilar, cerca del enorme centro comercial de La Vaguada, en una
tienda tan pequeña que bien podría ser considerada un trastero exterior, otra
joven china al cargo de una tienda no deja entrar a nadie que no lleve puesta
una mascarilla. Es imposible guardar la distancia de seguridad, por lo que
atiende con rapidez a los clientes. Denota preocupación y prefiere ser breve.
Los vecinos pasan de largo y son pocos los que entran en su tienda. Quien sabe
si por racismo, por miedo o porque el aislamiento ha puesto en orden las
prioridades, que no suelen estar entre los doritos y las patatas fritas.
"La familia bien. Yo, también", dice, para, después de dos
monosílabos cordiales, volver su mirada a la caja registradora, en la que se
puede ver con claridad el fondo.
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