Me
desperté sintiendo una presencia parada a un lado de mi cama,
sacándome de mi sueño a sacudidas. Era mi hijo, y eran las 2:38 de la madrugada.
sacándome de mi sueño a sacudidas. Era mi hijo, y eran las 2:38 de la madrugada.
—Papá,
hay algo en mi armario. Estoy asustado.
Mi
esposa rodó a nuestro lado ante el sonido de su voz.
—¿Eh?
¿Qué pasa, cariño? —dijo, medio dormida.
—Un
monstruo de armario, aparentemente —contesté.
—Ah,
eso es nuevo —dijo mi esposa—. Ven aquí, cariño. Tu papá lo irá a revisar. Ven
a sentarte en la cama a un lado de mami.
Me
levanté de la cama lentamente y me estiré. Mi hijo se deslizó bajo las cobijas,
a un lado de mi esposa, y vi que ella se volvió a dormir. Le dije:
—¿Segura
que no quieres venir? Puede que se nos necesite a ambos para derrotar a la
cosa.
—Nah,
tú puedes, bebé. Creo en ti —dijo con una sonrisa de complicidad—. Y si no
regresas… pues, fuiste un muy buen esposo.
Me
reí y me dirigí afuera de la habitación. La alcoba de mi hijo estaba en el lado
opuesto de la casa, así que tuve que subir las escaleras y me fui acercando de
poco en poco. La puerta de su habitación estaba completamente abierta, pero la
puerta del armario, la cual podía ser vista desde el pasillo, estaba cerrada.
A
unos dos metros de distancia de la entrada, en verdad comencé a escuchar algo
desde el armario: un zumbido intermitente. Ralenticé mi paso un poco. Mi primer
pensamiento fue que quizá era una tableta o algún otro dispositivo bajo una
pila de ropa, que reproducía algún tipo de sonido ruidoso una y otra vez. Sea
que lo fuera o no, fui precavido y recogí un bate que se encontraba a un lado
del tocador de mi hijo. Con el bate en mano y luego de un respiro hondo para
tranquilizarme, agarré la perilla y la giré.
Conforme
la puerta se abría, me di cuenta de que al menos tuve razón sobre el sonido.
Había un montón de ropa apilada en una esquina, y el ruido, ahora mucho más
pleno con la puerta abierta, emanaba de ahí.
La
ropa se estaba moviendo ligeramente mientras el ruido timbrada. Con la puerta
abierta, podía discernir que era una voz humana. Un niño. Presioné el bate con
la fuerza de nudillos blancos y empecé a jalar la ropa de la pila, a pesar de
que el miedo y el sudor brotaban de mí.
Entonces
vi la fuente, pero… era imposible…
Era
mi hijo. Atado y con una mordaza en su boca. Las lágrimas se derramaban por su
rostro, rostro que estaba rojo como tomate.
Le
saqué la mordaza enseguida. Dio un respiro hondo, y luego gritó:
—¡¡¡Quiere
a mamá!!!
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