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lunes, 18 de mayo de 2020

Charlot en el fondo del mar (18.05.2020)

Charlot en el fondo del mar (18.05.2020)
Charlot 1916
Un barbero amigo mío y muy embustero, por cierto, ha llegado de los
Estados Unidos y me cuenta la siguiente entrevista que ha tenido con Charlot.

Era una mañana cálida como pocas cuando el mencionado barbero se presentó al Emperador de la Risa.

—¿Llego a buena hora para afeitarle? —pregunté.

—No, señor.

—¿Se afeita V. solo?

—No señor; pero es la hora del baño y no quiero perder la ocasión que se me presenta para continuar mis exploraciones en el fondo del Mar.

Aquí Charlot se arregló el sombrero, hizo dos molinetes con el bastón y se explicó de esta manera:

—Hace cuatro días me bañaba en la playa del Este. Mis aficiones a la natación son grandes y no debe V. extrañar que me lanzara mar a dentro sin darme cuenta de lo que tenía que trabajar para volver.

Nadando, nadando, llegué a perder la costa y en ese momento noté, con no poca extrañeza, que una fuerza superior a la mía me tiraba de la pierna derecha.

¡Será un pulpo! —me dije y traté de buscar inútilmente la causa.

La fuerza seguía tirando y yo continué bajando hasta llegar al fondo.

Una vez allí miré el reloj, resultando de que había tardado unos tres cuartos de hora desde la superficie hasta el fondo.

¡Oh prodigio de la ciencia! Cuando me vi perdido eché mano de una cajita de pastillas para la tos y gracias a ellas las vías respiratorias funcionaron como si me hallase fuera del agua.

Muy tranquilo ya por esta parte, me puse unas gafas para que no me pinchase con alguna espina de pescado sin pescar, y entonces empecé a ver cosas extraordinarias.

Me encontraba dentro de una casa ricamente amueblada, pero en la que se observaba un silencio absoluto.

—¿Estaré soñando? —me pregunté.

Pero no soñaba. En mi vida había estado más despierto.

Con mis trémulas manos lo palpé todo. La escalera donde me encontraba, era ancha y fuerte, con hermosas alfombras y metales preciosamente trabajados.

¿Sería aquella la mansión de Neptuno?

Pensando la mar de cosas extravagantes me decidí a bajar.

En el piso primero que encontré, vi unas grandes puertas con cristales, miré por ellos y me quedé con la boca abierta, sin hacer caso del agua que entraba por ella.

¿Qué dirá V, que había detrás de aquellas puertas?

Un salón inmenso, un comedor espléndido, en cuya mesa comían unas doscientas personas entre hombres y mujeres.

Este grandioso cuadro observado en el fondo del mar sorprendió mi vista por algunos instantes.

Pero en mi afán de indagar me tomé otra pastilla y seguí observando.

Entonces observé que toda aquella gente no se movía.

¿Les estarán retratando?

No se veía fotógrafo por ninguna parte.

Queriendo llamar su atención di unos golpes sobre los cristales.

¡Magras!

Aquella gente seguía quieta en sus puestos; y algunos con el bocado en la boca.

Cansado ya de esperar e instigado por lo raro del suceso, abrí la puerta, que por cierto me costó bastante trabajo y el agua, al precipitarse en el interior, me arrastró en su impetuosa corriente.

Los personajes que tan quietos estaban antes se movieron al fin, terminando por flotar entre el líquido elemento.

Aquel fenómeno me hizo comprender lo que pasaba.

Lo que yo al principio había creído una cosa, no era otra cosa que un buque naufragado.

Los pasajeros de primera comían cuando sobrevino el siniestro, el Vacío que se produjo en el comedor estando completamente cerrado, los conservó en las mismas posiciones que tenían al hundirse.

Mal impresionado con aquel encuentro, subí a cubierta.

Allí no encontré a nadie, pero a muy corta distancia advertí lo que nunca me pudiera haber imaginado.

Muchos hombres trabajaban dentro del agua, haciendo unos pozos de donde extraían piedras de colores vivísimos que despedían destellos asombrosos.

Y lo más raro era que no llevaban trajes para bucear.

Decidido a enterarme de lo que aquello significaba, bajé de la cubierta por una cadena del ancla y ocultándome entre los árboles de coral me fui acercando poco a poco a los originales trabajadores.

—¿Puedo seguir adelante? —pregunté a los que estaban más cerca.

Nadie me contestó.

—Pues estos no están muertos como los otros, porque se mueven y trabajan como demonios —me volví a decir.

Y grité de nuevo:

—¿Señores, puedo seguir adelante?

Nada; silencio completo.

Ya pensaba llegar a los primeros trabajos cuando vi que un individuo llegaba montando un caballo magnífico.

Aquello me parecía un verdadero cuento de brujas.

El del caballo habló con los trabajadores, estos agitaron sus gorras y siguieron trabajando con más fe.

El jinete espoleó al bruto y sin fijarse en mi se me echó encima.

—¡Alto! —grité —que me va V. a atropellar.

¡Que si quieres! Caballo y caballero pasaron sobre mi cuerpo sin que yo notara el más pequeño roce.

Entonces se me ocurrió mirar hacia arriba, y vi que todo aquello no era más que un fenómeno de óptica. Los trabajadores estaban en unas minas, sobre las rocas de una isla y los cuerpos se reflejaban en el fondo del mar.

Otra fuerza superior me hizo volver a la superficie y ya no se más. Hoy vuelvo al fondo para seguir mis observaciones, y la semana próxima le diré lo que haya de nuevo.


Todo esto me lo ha contado el barbero, pero yo no sé quien mentirá más, éste, Charlot o un servidor de ustedes.
Joaquín Arques

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