Charlot
1916
Un
barbero amigo mío y muy embustero, por cierto, ha llegado de los
Estados Unidos y me cuenta la siguiente entrevista que ha tenido con Charlot.
Estados Unidos y me cuenta la siguiente entrevista que ha tenido con Charlot.
Era
una mañana cálida como pocas cuando el mencionado barbero se presentó al
Emperador de la Risa.
—¿Llego
a buena hora para afeitarle? —pregunté.
—No,
señor.
—¿Se
afeita V. solo?
—No
señor; pero es la hora del baño y no quiero perder la ocasión que se me
presenta para continuar mis exploraciones en el fondo del Mar.
Aquí
Charlot se arregló el sombrero, hizo dos molinetes con el bastón y se explicó
de esta manera:
—Hace
cuatro días me bañaba en la playa del Este. Mis aficiones a la natación son
grandes y no debe V. extrañar que me lanzara mar a dentro sin darme cuenta de
lo que tenía que trabajar para volver.
Nadando,
nadando, llegué a perder la costa y en ese momento noté, con no poca extrañeza,
que una fuerza superior a la mía me tiraba de la pierna derecha.
¡Será
un pulpo! —me dije y traté de buscar inútilmente la causa.
La
fuerza seguía tirando y yo continué bajando hasta llegar al fondo.
Una
vez allí miré el reloj, resultando de que había tardado unos tres cuartos de
hora desde la superficie hasta el fondo.
¡Oh
prodigio de la ciencia! Cuando me vi perdido eché mano de una cajita de
pastillas para la tos y gracias a ellas las vías respiratorias funcionaron como
si me hallase fuera del agua.
Muy
tranquilo ya por esta parte, me puse unas gafas para que no me pinchase con
alguna espina de pescado sin pescar, y entonces empecé a ver cosas
extraordinarias.
Me
encontraba dentro de una casa ricamente amueblada, pero en la que se observaba
un silencio absoluto.
—¿Estaré
soñando? —me pregunté.
Pero
no soñaba. En mi vida había estado más despierto.
Con
mis trémulas manos lo palpé todo. La escalera donde me encontraba, era ancha y
fuerte, con hermosas alfombras y metales preciosamente trabajados.
¿Sería
aquella la mansión de Neptuno?
Pensando
la mar de cosas extravagantes me decidí a bajar.
En
el piso primero que encontré, vi unas grandes puertas con cristales, miré por
ellos y me quedé con la boca abierta, sin hacer caso del agua que entraba por
ella.
¿Qué
dirá V, que había detrás de aquellas puertas?
Un
salón inmenso, un comedor espléndido, en cuya mesa comían unas doscientas
personas entre hombres y mujeres.
Este
grandioso cuadro observado en el fondo del mar sorprendió mi vista por algunos
instantes.
Pero
en mi afán de indagar me tomé otra pastilla y seguí observando.
Entonces
observé que toda aquella gente no se movía.
¿Les
estarán retratando?
No
se veía fotógrafo por ninguna parte.
Queriendo
llamar su atención di unos golpes sobre los cristales.
¡Magras!
Aquella
gente seguía quieta en sus puestos; y algunos con el bocado en la boca.
Cansado
ya de esperar e instigado por lo raro del suceso, abrí la puerta, que por
cierto me costó bastante trabajo y el agua, al precipitarse en el interior, me
arrastró en su impetuosa corriente.
Los
personajes que tan quietos estaban antes se movieron al fin, terminando por
flotar entre el líquido elemento.
Aquel
fenómeno me hizo comprender lo que pasaba.
Lo
que yo al principio había creído una cosa, no era otra cosa que un buque
naufragado.
Los
pasajeros de primera comían cuando sobrevino el siniestro, el Vacío que se
produjo en el comedor estando completamente cerrado, los conservó en las mismas
posiciones que tenían al hundirse.
Mal
impresionado con aquel encuentro, subí a cubierta.
Allí
no encontré a nadie, pero a muy corta distancia advertí lo que nunca me pudiera
haber imaginado.
Muchos
hombres trabajaban dentro del agua, haciendo unos pozos de donde extraían
piedras de colores vivísimos que despedían destellos asombrosos.
Y
lo más raro era que no llevaban trajes para bucear.
Decidido
a enterarme de lo que aquello significaba, bajé de la cubierta por una cadena
del ancla y ocultándome entre los árboles de coral me fui acercando poco a poco
a los originales trabajadores.
—¿Puedo
seguir adelante? —pregunté a los que estaban más cerca.
Nadie
me contestó.
—Pues
estos no están muertos como los otros, porque se mueven y trabajan como
demonios —me volví a decir.
Y
grité de nuevo:
—¿Señores,
puedo seguir adelante?
Nada;
silencio completo.
Ya
pensaba llegar a los primeros trabajos cuando vi que un individuo llegaba
montando un caballo magnífico.
Aquello
me parecía un verdadero cuento de brujas.
El
del caballo habló con los trabajadores, estos agitaron sus gorras y siguieron
trabajando con más fe.
El
jinete espoleó al bruto y sin fijarse en mi se me echó encima.
—¡Alto!
—grité —que me va V. a atropellar.
¡Que
si quieres! Caballo y caballero pasaron sobre mi cuerpo sin que yo notara el
más pequeño roce.
Entonces
se me ocurrió mirar hacia arriba, y vi que todo aquello no era más que un
fenómeno de óptica. Los trabajadores estaban en unas minas, sobre las rocas de
una isla y los cuerpos se reflejaban en el fondo del mar.
Otra
fuerza superior me hizo volver a la superficie y ya no se más. Hoy vuelvo al
fondo para seguir mis observaciones, y la semana próxima le diré lo que haya de
nuevo.
Todo
esto me lo ha contado el barbero, pero yo no sé quien mentirá más, éste,
Charlot o un servidor de ustedes.
Joaquín
Arques
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