Gedeón
Madrid 10.03.1912
Gedeón,
los conservadores se sienten farrucos.
—El
secreto de estas nuevas agresiones lo conozco muy bien.
—¿Tú?
—Sí,
hombre; está más claro que la política hidráulica de Gasset. ¿Sabes cuál es
la
causa?
—¡Qué
sé yo!
—Pues,
sencillamente, que Canalejas intenta pasar con los suyos a la otra orilla del
Kert, o, lo que es lo mismo, colarse en el tercer año de su Gobierno, y tal
cosa
Maura Mizziam no puede permitirla.
—No
digas más.
—Porque
demostrándose que Canalejas está capacitado para gobernar tanto tiempo como
Maura, ¿quieres decirme de qué va a presumir entonces D. Antonio?
—Lógico,
lógico.
—Su
mayor título de gloria hasta aquí fue el haber gobernado más tiempo que los
últimos Gabinetes liberales.
—Y
ahora D. Pepe hace la gracia de batir el record. Esto es para los de la acera
de enfrente, así como una profanación. "¡Hasta aquí llegaron las
aguas!", señalaron con orgullo en la última inundación maurista; y ahora
va D. Pepe, al que nadie daba más que tres o cuatro meses de existencia, y raya
a más altura, como diría un crítico de teatros. ¿No es esto humillante y
bochornoso para los conservadores?
—Seguro.
—Así
te explicarás lo ocurrido en estos días. Parapetados en las chumberas del
Congreso y del Senado, Silió, Sánchez Guerra, Allendesalazar..., los paros del partido,
no han cesado de hostilizar a los liberales, especialmente a los ministros más
a la descubierta, para ponerles fuera de combate.
—Todo
se comprende, querido Gedeón. Dos años y un piquito lleva D. Pepe en el Poder,
y, para lo que se acostumbra en este país, es mucho esperar: el plazo va resultando
demasiado largo y angustioso. Conozco a muchos ex gobernadores mauristas que no
pueden resistir por más tiempo; el tendero ya no fía en sus promesas y, lo que
es peor, no les fía los comestibles, y ¡excuso decirte! Los impacientes
precipitan a los demás, y llega un momento en que D. Antonio, obedeciendo a la
presión de los de abajo, tiene que sacar el pecho fuera, como en la profecía
del poeta.
—Desengáñate.
La oposición de los partidos como el pleito de la opereta, tiene el mismo
fundamento; todo se reduce a una vulgar cuestión de garbanzos. Todo es una
visión panorámica de Fuentesaúco, la verdadera tierra de promisión española, y
sonríete de la Biblia.
—Sin
embargo, hay también cosas que, para hacer la vista gorda sobre ellas, hace falla
una lente de más grueso optimismo.
—Eso
es otro cantar:
'Carretera
rial arriba,
carretera
rial abajo,
lo
primero que le encuentras
es,
a Gasset preocupado.
—Naturalmente.
¡Como que no le salía la cuenta de los kilómetros! ¡Pues si por una vara de
tela quedas en ridículo muchas veces, calcula tú con un pueblo al que le sises,
para dárselo a otro, cincuenta o sesenta kilómetros, cómo quedarás!
—Ese
escamoteo fue lo que indignó a Sánchez Guerra, en tales términos, que jamás le
hemos visto tan fiero y terrible. Santiago matando moros es una tontería ante
el bravo empuje de Sánchez, que a todo extremo llevaba su segundo apellido.
—Gedeón,
no seas malicioso. Todo se redujo a una simple rectificación, y, para evitar lo
del borrón y cuenta nueva, el radical procedimiento de Lerroux, enmendándome
las cifras, y examinados los documentos por la inevitable Comisión
correspondiente, ya no cupo duda alguna de que todos los kilómetros estaban en
su sitio y con arreglo al plan y rataplán señalado por la ley.
—Sin
embargó, hubo, no me lo niegues, rumores de crisis, porque dolíase el ministro
de Fomento de que la breve intervención en el debate del conde de Romanones y
del presidente, lejos de venir en su ayuda, excúsame la frase, que es en cambio
muy gráfica, fue para él como dos pares de castigo.
—Bueno,
pero, al terminar la sesión, Gasset pasó al despacho de Romanones, cambiaron
impresiones, el conde le dio un caramelito y un abrazo, y nada, Gasset quedó
satisfechísimo y encantado.
—Como
que no hay cosa más fácil que convencer a una persona que está decidida a
dejarse convencer a la primera palabra. Pues no pretendes tú poco, que Gasset
hubiera dimitido por kilómetro más o menos. Vamos a ver, Calínez, ¿sí a ti te dieran
un tabaco bueno, un riquísimo habano, lo tirarías cuando más a gusto lo saboreabas.
—Claro
que no.
—¡Pues
entonces! Ser ministro es, al fin y al cabo, lo mismo que fumarse una buena
breva. ¡Y es tan sabroso chupar el cigarro! ¡Ya ves Gimeno cómo se traga el
humo! ¿No te da envidia?
—En
fin, que todo, por ahora, ha quedado satisfactoriamente resuelto, como se dice
en las discretas y veladas noticias de lances entre caballeros.
—¿Y
qué me dices de nuestro buen amigo Allendesalazar? ¿Le viste también en la alta
Cámara con propósito de gresca?
—Sí,
pero Allende es moro de paz. Fue al terreno como obligado, por puro compromiso,
igual que va mucha gente que no tiene la menor gana de pelea. Sus proyectiles
eran balitas de algodón. Bien se veía que aceptó el encarguito por no desairar,
pero llevaba las pistolas descargadas.
—Allende
es una buena persona, uno de nuestros más consecuentes amigos gedeónic.
—Únicamente
se mostró un tanto indignado por haberse publicado en el Diario de sesiones una
comunicación dirigida al presidente del Congreso por un funcionario de Fomento
y en unión de otros documentos. D. Eugenio, distrayendo por unos instantes sus
preocupaciones ante el conflicto de la huelga de los mineros de carbón, que
puede ocasionar el paro forzoso de las estufas, ¡cosa horrible!, dio amables
explicaciones, advirtiendo a nuestro amigo Allende que fue un acuerdo de la
Cámara, cosa de que no se había enterado el senador maurista. Y éste fue su
más
brillante envite. Luego se sentó, muy satisfecho de haber cumplido con sus obligaciones
y deberes parlamentarios.
—Todo
en él es delicadeza y buena compostura. Manual del perfecto de senador. Y ahora
preparémonos, que el obispo de Jaca, nuestro también simpático amigo D.
Antolín, viene con grandes arrestos, decidido, entre otras cosas, a explanar
una interpelación al ministro de Hacienda sobre el inventarío de los bienes de
las iglesias en España.
—¿Y
qué dirá Rodríguez a eso?
—¡Toma!,
pues lo tomará a beneficio de inventario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario