Cuentan
que había un profesor que cada vez que iba a clase les comentaba a sus alumnos
que, con el fin de no interrumpir la clase, cada vez que tuvieran que hacer una
pregunta la anotaran en un papel y, al finalizar la clase, unos minutos antes,
él recogería todos los papeles para poder resolver las cuestiones.
En
una de sus clases, como cada día al finalizar, el maestro empezó a coger un
papel, luego otro, otro, así hasta resolver la mayoría de las preguntas. Cuando
ya faltaba poco para acabar toda la ronda, cogió uno de los papeles y, por un
momento se quedó mirándolo fijamente. Esta anotación debió producirle especial
sorpresa. El profesor se repitió a sí mismo, para sus adentros, un poco
confundido: ‘Imbécil’.
El
maestro entonces levantó la cabeza del papel y mirando a sus alumnos dijo en
voz alta.
—¡Vaya!
¡Qué sorpresa! Aquí únicamente dice: «imbécil». A lo largo de muchos años, ya
sabéis que siempre os pido que escribáis vuestras preguntas y observaciones en
un papel… Pues bien, he de decir que muchas veces escribís vuestra cuestión y
olvidáis o preferís no identificarla con vuestro nombre. Pero en tantos años de
docencia hoy es la primera vez en la que alguien ha firmado con su nombre y ha
olvidado escribir la pregunta.
Entre
los alumnos, que habían escuchado atentos, hubo un cambio general en sus
expresiones, que resultaron en una mezcla de aplausos y caras pensativas.
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