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jueves, 7 de mayo de 2020

El león en el parque (07.05.2020)

El león en el parque (07.05.2020)
Pinocho 09.08.1925
Cumpliendo nuestro deber periodístico de escuchar las opiniones de los
elementos que interesan a nuestros lectores, hemos visitado la Casa de Fieras, dispuestos a entablar conversación con alguno de los vecinos.

Parece que el león es el más indicado, por considerársele de antiguo como rey de los animales.

En la jaula, una hermosa leona tendida en el suelo, entorna los ojos al sol.

—Buenas tardes. ¿El señor león?

Ella me mira perezosamente con un ojo guiñado.

—Entra y le buscas —dice.

—Muchas gracias. No paso porque espero a un amigo —le contesto mintiendo—. ¡Cualquiera se decide a pasar!

Entonces grita vagamente:

—¡¡Balón!!

La fiera resulta llamarse Balón.

Al momento aparece por una puerta del fondo el esposo y se acerca despacio, majestuoso, colocando cada garra en el suelo sin el menor ruido, como si caminara por una alfombra.

—¿Me llamas, Palmera?

—Este niño quiere hablarte.

El león me mira con sus. ojos amarillos, y yo casi me caigo de terror.

—¿Qué deseas?

—Yo soy Chonón; pertenezco a la redacción de PINOCHO, y venía a interviuvar a usted.

—¿De PINOCHO? ¡Qué alegría! Pasa, pasa dentro...

Veo tal sinceridad en su satisfacción, que me decido a entrar.

—¿Por dónde? —pregunto.

—Por entre estos dos barrotes más anchos. Primero cuela la cabeza... Así, muy bien. Ahora vamos allá dentro para que no nos curioseen. Y dime, ¿cómo está Pinocho?

—Muy bien. Le ha dado por el deporte y está muy fuerte.

—Puedes comenzar la interviú.

—¿Por qué le llaman a usted rey los demás bichos?

—¡Qué sé yo! —exclama modestamente—. Tal vez porque dicen que soy muy majestuoso en la marcha y piso siempre como si todo el terreno fuera mío. Soy fuerte, dominante... No es más que eso.

—Ya es bastante. ¿Cómo vivía usted en África?

—Lejos de todo. Hasta de los míos. Los leones somos gente de poca sociedad. A veces no vamos ni con nuestras esposas. Solos, solos...

—¿Y qué comía usted?

—Reses; pobres animalitos que iban tranquilamente a beber a los lagos. Por allí hay poca agua, como tú sabes, y precisamente los escasos sitios húmedos se rodean de matorrales. Yo me escondía, me arrastraba, olía, escuchaba, miraba por entre los cañaverales, y de pronto daba un salto... y era mía la presa. Es muy bonita la caza.

—Pero un poco cruel —le digo.

—¿Cruel? Menos cruel y más bonita y noble que la caza con escopeta. Eso no te quepa duda, Chonón.

—¿Odia usted a los humanos?

—¡Quita, hombre, quita! Yo no sé quién inventa esas leyendas. No te digo que con mucha hambre y en medio del desierto no me decidiera. Pero ahora... ya podían poner esos barrotes de papel, como en las decoraciones de teatro.

—Pues los hombres se aterran cuando oyen su rugido.

—Ya lo sé. Y a lo mejor es que se me abre la boca de sueño. Algunos antiguos se ponían nuestras pieles y nuestras cabezas por cascos y creían que así parecían más valientes. Y hoy día, en algunas tribus, dan de comer a los niños el corazón de mis hermanos para que se templen y se envalentonen. Aquéllos eran unos cursis, y éstos unos incultos.

—Pero eso es para envanecerse, señor Balón.

—Eso sí. Tú ya ves la entrada del Congreso y tantos sitios más: un león con la garra sobre la bola del Mundo. Eso significa poderío. Soy símbolo de amo. Y, sin embargo, puede que me llegaran a enganchar a un arado, con un burrito por pareja...

—¿Usted cree eso?

—Naturalmente. Lo que pasa es que en cuanto ven que me achanto y que no agarro mientras no tenga ganas de desayunar, me gritan, me amenazan, disparan tiros al aire, creyendo que así parecen más valerosos. Pero todo eso es fanfarronería, embuste. Con halagos harían de mí lo que quisieran.

—Cuénteme usted alguna anécdota de su vida.

—Voy a referirte una que viene a pelo, querido Chonón. Estábamos una mañana muy tranquilos en esta jaula mi esposa y yo, cuando apareció colocadísimo un pobre señor, con sombrero de copa y bastón. Al llegar cerca de aquí, tiró el sombrero y se coló por entre los barrotes que tú conoces. Yo creía que era un suicida equivocado. Pero inmediatamente llegó su esposa con una escoba, y le gritaba desde fuera: «¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Sal aquí!» Pero él no salía. Estaba tan a gusto entre nosotros, que sí que éramos mansos.

Reímos el león y yo; y Palmera, que escuchaba también, rió al recordarlo.

Después digo:

—Para terminar, señor Balón, ¿cómo fue usted cazado?

—En una trampa traidora; en una especie de trincherita, con la boca más estrecha que el fondo y cubierta con cañas. Cuando caí adiviné la mano del hombre; la adiviné según caía. Vino en seguida un griterío de negros, que me insultaban culpándome de la desaparición de una cabra. Me enredaron en una red y me enjaularon luego. Cuando oí que me traían a Madrid, pensé que sería para tirar de la Cibeles o para el Congrego, porque hubiera fallecido alguno de mis cuatro hermanos. Pero me trajeron aquí, y aquí estoy. Me casé con Palmera, que es muy mujer de su casa, aunque un poco perezosilla, y vivimos felices.

Al despedirnos me ofreció su tarjeta. Decía así:

—Balón León. No es tan fiero el león como le pintan.—
CHONÓN EL CURIOSO.

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