El
arte de molestar para ganar dinero - Risto Megide
La
gente es idiota. Y yo el primero, sí. Pero ni soy el único ni soy el más idiota
de todos, lamentablemente. Porque siempre hay alguien más idiota que tú. Siempre. Es una ley universal. Cuando creías que ya habías conocido al más idiota de los idiotas, siempre llega alguien dispuesto a batir todos tus récords y dejarte con cara de… eso.
de todos, lamentablemente. Porque siempre hay alguien más idiota que tú. Siempre. Es una ley universal. Cuando creías que ya habías conocido al más idiota de los idiotas, siempre llega alguien dispuesto a batir todos tus récords y dejarte con cara de… eso.
Si
juntas a muchos idiotas, tendrás una masa de gente idiota. Si les preguntas
sobre cualquier tema, el resultado es lo que llamamos encuesta, sondeo u
opinión pública. Si no se lo preguntas, pero ellos te lo cuentan igualmente,
estarás haciendo un programa de televisión. Y si utilizas muchas urnas para preguntárselo,
obtendrás una democracia.
La
gestión de la masa idiota es lo que nos hace diferentes al resto de seres
vivos. En el reino animal, a los idiotas se los comen, los matan o los ignoran
hasta que se extinguen sin más. Nosotros, como especie presuntamente civilizada,
aprendemos desde pequeñitos a tratar y a cuidar a los idiotas con el respeto
que merecen. Les damos las mismas oportunidades que al resto y, sobre todo, los
mismos derechos y responsabilidades, para que se desarrollen en toda su idiotez
y hasta sus últimas consecuencias. Ser idiota en sí no es peligroso. El peligro
viene con la adjudicación de cualquier tipo de poder al idiota. En España hemos
disfrutado de varios ejemplos en el terreno de la política.
Pongamos
que vamos en el interior de un avión. Si el más idiota del avión es otro
pasajero, el alcance de su idiotez rara vez irá más allá de los que se sientan
a su alrededor, y puede que tengamos suerte y nos libremos de tener que
aguantarlo. Si, por el contrario, se trata de una azafata, igual el problema se
hace más incómodo de soportar, pues de su desempeño depende la infelicidad de
muchos pasajeros. Pero si el más idiota del aparato es el piloto, ya puedes
empezar a rezar. No hay nada más peligroso que un idiota con posibles, un idiota
con poder.
Todo
empieza de pequeñitos, con la educación general básica (EGB, ESO, o como carajo
se llame en el momento en que leas esto). Si lo piensas bien, nos educan para
convivir con idiotas. No digas eso. No hagas lo otro. Niño, no toques. Niño, no
interrumpas. Niño, levanta la mano. Niño, estate quieto. Qué se dice. Qué se
hace. Es que no tienes una sola buena idea. No digas tonterías. No hagas
tonterías. No grites. No llores. En definitiva, no les molestes.
Y
así llegamos a la pubertad, período inseguro por excelencia, y encontramos refugio
en una masa de la que algunos no salen ya por el resto de sus días. Si alguna
vez te has visto dando una charla en la universidad, y te has enfrentado a ese
miedo colectivo a destacar tan nuestro en forma de ausencia de preguntas,
sabrás de lo que te estoy hablando.
Así
que nada, tenemos una especie entera basada en la tolerancia a la idiotez del
prójimo, que sobrevive aun a pesar de ella, y que encima se cree determinante
en el devenir del planeta y del universo entero. Y cómo te afecta eso en tu día
a día, preguntarás. Bien. Bueno. En realidad, la verdadera pregunta es cómo
lograr que NO te afecte.
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