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miércoles, 20 de mayo de 2020

La inteligencia es la lucidez de la razón (20.05.2020)

La inteligencia es la lucidez de la razón (20.05.2020)
5 consejos para potenciar la inteligencia - Enrique Rojas
La palabra inteligencia procede de dos voces latinas: intus y legere, lo que
sería «leer por dentro». No es fácil, como veremos a lo largo de las páginas de este libro, dar una definición sencilla y clara, pues debo decir de entrada que existen muchos tipos de inteligencia. Debemos por tanto hablar de inteligencias en plural y, como veremos en otro capítulo, podemos describir una serie de modalidades en donde los muchos matices que se dan originan un inventario amplio con todo tipo de particularidades en las que poner el acento.

Voy a ir dando una serie de definiciones que no son sino pinceladas que nos acercan, que nos aproximan a lo que realmente se esconde en el interior de este concepto. Inteligencia es capacidad para captar la realidad en su complejidad y en sus conexiones. Es tener una visión verdadera de la realidad, con todo lo que eso significa. Inteligencia es saber distinguir lo accesorio de lo fundamental. Lo diría de otra manera: inteligencia es capacidad de síntesis o también capacidad para recibir información (input), procesarla de forma adecuada y dar respuestas eficaces que se ajustan a la realidad (output). Por tanto, se trata de la habilidad computacional para seguir la línea mejor, el comportamiento más sano, para ser más libre e independiente. No debemos perder de vista que son muchas las dimensiones que se hospedan dentro de la inteligencia. Las iré desgranando en el curso de las siguientes páginas.

Dentro de esta cascada de conceptos la inteligencia implica saber utilizar los instrumentos de la razón[1] de forma eficaz y productiva. Allí donde hay comprensión lógica o racional, allí hay una persona inteligente. Inteligencia es saber ensayar una solución adecuada a un problema concreto. En una palabra: libre juego de las facultades superiores para saber pensar, dirigiendo nuestra conducta de forma equilibrada, estando en la realidad.

El novelista William Golding, en su libro El señor de las moscas, nos cuenta una historia protagonizada por náufragos. En una isla deshabitada un grupo de niños ha sobrevivido a un accidente aéreo y necesitan organizar su vida. Destacan dos niños: uno, Ralph, es bastante razonable y pide unas normas; otro, Jack, se convierte en su 8contrincante, totalmente opuesto. Es la razón frente a la espontaneidad sin sujeción. El primero es más bien tímido y cerebral; el segundo es bastante más vital y llega a ser violento en su afán de que no existan reglas: ¡que entre con fuerza el relativismo! Pero asoma un tercer personaje: Piggy, un niño listo y débil, asmático, que se da cuenta de la gravedad de la situación. Él quiere también unas reglas y se acuerda de la central de autobuses de su pueblo, con sus luces y sus señales, que indican por dónde hay que ir. Es importante saber que la inteligencia natural, la que cada uno tiene como dotación genética, debe ser pulida, limada, retocada, ilustrada para que se le pueda sacar el mejor rendimiento.

Por ello la inteligencia consiste en un conjunto de operaciones para manejar la información remota y reciente que da como resultado un comportamiento positivo, equilibrado, sano. Hay un caudal de datos y experiencias que vienen de nuestra biografía y que deben combinarse con lo actual. Se juntan el pasado vivido y el presente fugaz. La inteligencia es el arte y el oficio de utilizar los distintos componentes de nuestro patrimonio psicológico (percepción, memoria, pensamiento, conciencia, afectividad, vida de los impulsos, voluntad, etc.) para responder a las incidencias de la vida personal de la mejor manera posible. Esto significa que cuando actuamos, enjuiciamos o tomamos una decisión de cierta importancia hay muchos ingredientes que se arremolinan ayudando y oficiando para que las cosas salgan del mejor modo. Es como una gran orquesta que produce una sinfonía[2]. Es saber gestionar la vida personal de forma sana y equilibrada.

Sin embargo, las cosas no quedan solo ahí: inteligencia es también la capacidad para hacer preguntas esenciales y dar respuestas coherentes y completas. Poderosa conjunción de recuerdos, imágenes, sentimientos, reflexiones, etc. Inteligencia es el arte de usar la computadora mental de cada uno, con dos elementos clave: objetivos e instrumentos, medios y fines[3]. Se trata de hacer preguntas decisivas, de buscar las mejores respuestas y poner todo ello en práctica[4].

En el animal existe un tipo de inteligencia que se mueve dentro de unos esquemas y programas establecidos, mientras que el ser humano es capaz de inventar y diseñar sus propios programas[5]. Una buena inteligencia sabe computar lo vivido con lo sabido, la experiencia de la vida con los diferentes conocimientos que ha ido aprendiendo. Por eso una inteligencia bien conjugada debe aproximarnos a un mayor grado de felicidad. Es capacidad para aprender, tino para juzgar, imaginación y arte para gestionar la propia vida, aspirando a lo mejor. Son muchos los factores: inteligencia es aprender a discriminar.

Voy a explicarlo con unos ejemplos tomados de la vida misma. Para ello me voy a valer de un cardiólogo, un ornitólogo, un catador de vinos y un psiquiatra. El cardiólogo ausculta con el fonendo a su paciente. No tiene mayor agudeza auditiva que los demás, pero al ser un médico especialista en esa área capta más información y es capaz de darse cuenta de si hay un soplo cardiaco, una arritmia o latidos descompensados. Al ornitólogo le pasa lo mismo: en la algarabía del bosque aprende a distinguir el sonido de cada pájaro 9y sabe discriminar ese lenguaje etéreo, desdibujado, de contornos difusos. Se adentra en la selva de esos lenguajes, sabe ordenarlos y los clasifica y agrupa. El catador de vinos es un explorador minucioso de los caldos que tiene que probar y se detiene en cada una de sus cuatro fases: la visual, que le permite ver el color sobre una superficie blanca; luego mete la nariz en la copa, previamente movida, y sus fosas nasales reciben las primeras impresiones del líquido elemento; después viene el momento clave, que es cuando el vino es propiamente probado. Las papilas gustativas se empapan de él y es capaz de decir lo que experimenta. Pensemos en un Malbec argentino, que tanta calidad tiene. Uno puede decir en esta tercera etapa de análisis: vino intenso, de sabor aterciopelado, que nos trae el recuerdo de frutos rojos tipo cereza, compota, café, bayas… Sus diversos contenidos dejan un regusto a esos frutos rojos del campo, con toques de fresas desdibujados y sutiles. Y al final, el retrogusto: largo, agradable, sólido, persistente, propio de un Malbec de calidad.

Finalmente asoma el psiquiatra, al que le sucede algo parecido a los tres personajes mencionados. Se sienta delante de una persona y aparece un diálogo abierto de preguntas, silencios y respuestas. Va estudiando la ingeniería de la conducta, lo que el otro dice y lo que calla. Se revelan el lenguaje verbal, el lenguaje no verbal, el subliminal… Una hora da para mucho si el especialista sabe aplicar los instrumentos propios de la psicología y cómo adentrarse en la intimidad del otro y descubrir cómo es su forma de ser, qué le preocupa, cuáles son sus objetivos de vida… Así como elaborar una apretada síntesis de su biografía.

Cada una de estas cuatro personas tiene desarrolladas unas capacidades perceptivas bien distintas. No es que el cardiólogo tenga mejor oído que el ornitólogo o que el catador de vinos sea más inteligente o que el psiquiatra sea una persona superior. No se trata de eso, sino de que cada uno ha desplegado un potencial de discriminación muy concreto. Eso es la inteligencia específica, que se especializa en una materia y la observa y estudia con detalle, con precisión. La inteligencia consiste en una conjunción de operaciones mentales en las que entran en juego muchas piezas informativas que se mezclan y a la vez se agrupan.

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