Así
comienza este cuento, supuestamente, maravilloso.
Era
uno de tantos, cómo tantas veces, en las Redes Sociales, que se creía que era,
lo que no ha sido, ni es, ni será aquí, ni afuera, ni como la película,
"Nunca jamás".
Pero
como éste, como tantos otros, se lanzó a faltar, a insultar, porque él creía
que era superior a los demás. Aunque sea uno, ya es suficiente cantidad. El
faltaba e insultaba, sin más, porque según él, estaba y está por encima del
bien y del mal.
Así,
es a veces, está realidad que nos toca vivir y soportar con aquellos que se
creen más y más. ¡Qué barbaridad! Uno no sale de este asombro tan descomunal.
Pero
como ése, “él”, seguía con su "erre" que "erre", porque
ése, “él”, tenía que quedar por encima de los demás. Y que así razonaba y no
menos, argumentaba. Aunque sea uno, ya es cantidad.
Qué
no. Qué no, que no son insultos pregonaba, pero repetía las palabras:
ignorancia, tonto, sandeces.
¿De
verdad son esos conocimientos, argumentos o son simples insultos por falta de
ese conoci....to?
Bien
lo dejó claro aquél que estaba sobrado no por sabio, si no por edad. Vivían
retirado, por su edad, en una aldea, y se dedicaba a su tarea, "a aprender
y aprender", pues él anciano decía, que la edad no le quitaba tiempo para
conocer y saber, así el anciano leía y leía, pero a su vez, también, un poco,
sólo un poco escribía, el otro, el que decía que sabía y conocía, no para de
usar palabras para faltar e incluso insultar.
El
anciano, por lo años, se dijo, sí, mío no son los insultos, si no, de uno que
los viene a declamar, que se los quede, él, que los puede necesitar.
Al
oír la respuesta del anciano; el otro que razonaba con los insultos ya puestos
y pronunciados, cómo no tenía nada más, al anciano a la mierda le dio por
mandar.
El
anciano muy tranquilo, sin inmutarse, argumentó, porque me mandas a mí a ese
lugar tan distante, si en ningún momento te pedí información para ir a tal
sitio o localidad, y además, que se me ha perdido a mí en ese espacio tan
singular.
Venga,
déjalo estar y se feliz, que esta vida uno por una rabieta se puede uno hasta
morir.
Cómo
era de esperar, el otro, no cesaba en su faltar, y el anciano se reiteraba en
decir, se feliz, se feliz, no te amargues compañero y se feliz, que no es bueno
ese sufrir.
El
anciano muy calmado, le leía y leía, repitiendo después de cada lectura, se
feliz que no es bueno tanto maldecir.
Venga,
un saludo.
Se
feliz, se feliz.
bayekas
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