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lunes, 23 de marzo de 2020

Si me lo permiten señores (22.03.2020)

Si me lo permiten señores (22.03.2020) 
Era por los años ya pasados, aquellos que hemos vivido, los que se supone, que tenemos que recordar, de los que ya hemos cumplido, de aquellos que no festejaremos y, sobre todo, de aquellos que llevamos a cuestas. Lo que tenemos muy claro que, no nos arrepentimos de cumplirlos y, que quieres que te diga, que vengan muchos más, que los que me den, yo no rechisto por pasarlos sin pensar. Si de algo me arrepentiría es de no llegar, esos sí que me dolería…

Ésta es la joven historia del cuento que hay que narrar, se titula: “Si me lo permiten señores”, de eso vengo a contar, me dice mucha, muchísima gente, que es bueno lo de contar, contamos cuentos a los niños, a los mayores muchos más, y no digamos a nosotros mismos, a veces es increíble narrar, les cuenta cuentos a los chinos, o chinos de cuentos para poder faldar, ya no digamos al obrero con aquello de no cobrar, el obrero no cobra porque el que le tiene que pagar, le cuenta un cuento chino, y se lo tiene que tragar si quiere seguir con él ¡Vamos, continuar!.

Los cuentos hay a millones, la mayoría son para deleite, pues su lectura es un disfrutar; otros en cambio, te los cuentan o narran para poderte engañar, así comienza mi cuento, con este prologo sin clasificar.

Presten atención ustedes señores que, el cuento ha de comenzar nada más subir el telón y la música sonar.

Era que se era, el comienzo empieza ahora y se centra en una escalera, allí se encontraba el buen hombre llamando sin parar, puerta por puerta que iba, según llamaba y le abrían, con la puerta le daban cuando le decían: ¡NO! El hombre sin pensarlo, seguía llamando, algún que otro le creería, y entonces él con su verborrea se supone que le vendería, aquí le ofrezco esto, aquí le vendo lo de más allá; no le importe el dinero, que se pude financiar.

El hombre siempre usaba, sus palabras favoritas, —si me lo permiten señores— educación no le faltaba, de hecho, de buena cuna venía. Con el paso de los años la buena cuna se perdió y tuvo que ganarse la vida con lo poco que sabía, pues él era orador, oraba aquí, posiblemente allá, a veces, en otro lugar, allí donde le pagaban, el buen hombre iba a orar. Oraba en los templos, naves con cimientos, incluso en clases sin clase ni nada que pudiera estorbar. Era orador de primera, pues palabras no le faltaban, ya que todas o casi todas se conocía, llegó un momento de su vida, que no había para leer y a la calle salía para poder aprender. De ahí saco su labia, su manera de expresar, tantas palabras, sabía, que la gente le apremiaba para que un buen rato clamara, o lo que es lo mismo, el buen hombre recitara.

Curso estudios en un colegio mayor, no por la edad que tuviera, si no que era de nobleza y, como tal, ahí debía estudiar. Tonto el buen hombre no era, de hecho, con su buena memoria retenía todo aquello que estudiaba, más como era de gran linaje, el hombre lo clamaba para todos aquellos que le oían.

Gano fama y fortuna, su posición aumentaba, pero a la hora de casarse eligió una malquerida, no se sabe el porqué, tampoco ni cuando fue, lo que si se tiene en cuenta era que él la amaba y ella no le echaba en cuenta.

Las cuentas con el tiempo no cuadraban, gastaban más que ganaba, el zurrón donde lo guardaba muy pronto se agotaría. Cuando eso ocurrió, la malquerida con estas palabras le echo, ”vaya usted buen hombre, con Dios”. Creo que esto suena a una buena despidida, más él que no quería creer, por aquello del querer. El amor llegó a su fin, igual que él lo toco, por allí pasó un señor que, él su tiempo anterior, parece que conoció.

Cogiéndolo de la mano a su casa lo llevó, de él hizo que creyera que podía seguir en este mundo, aunque fama ni dinero ya tuviera, pues todo aquello malgasto. Él vivía en la miseria, ya que de bienes carecía, aquel hombre que lo recogió, le enseñó lo poco que él sabía, pues era un buen vendedor.

Él le dijo que dijera cuando a un portal accedía, esa oración bonita que las puertas le abrirían. Echose a la ciudad con una cartera bonita, más con su forma de hablar y el buen idioma que conocía, le sería fácil vender los productos que ofrecía.

Llamo y llamo tantas veces, unas pocas no le abrían, otros en cambio señores, no solo le habría por lo que les ofrecía, sino, además, por escucharle todo lo que él conocía.

Aquí queda bien claro señores, que, si quieres aprender lo que la vida te da, además de la cultura, una mina tendrás, si te pones a trabajar.

Es bien sabido por todos que el saber no ocupa lugar, y si por un momento lo hiciera, con decir la oración —“si me lo permiten señores”—, con eso aquí concurriera una finalidad, dónde se puede poner: aquí, todo termina ya.
bayekas

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