Era
por los años ya pasados, aquellos que hemos vivido, los que se supone, que
tenemos que recordar, de los que ya hemos cumplido, de aquellos que no
festejaremos y, sobre todo, de aquellos que llevamos a cuestas. Lo que tenemos
muy claro que, no nos arrepentimos de cumplirlos y, que quieres que te diga,
que vengan muchos más, que los que me den, yo no rechisto por pasarlos sin
pensar. Si de algo me arrepentiría es de no llegar, esos sí que me dolería…
Ésta
es la joven historia del cuento que hay que narrar, se titula: “Si me lo
permiten señores”, de eso vengo a contar, me dice mucha, muchísima gente, que es bueno
lo de contar, contamos cuentos a los niños, a los mayores muchos más, y no
digamos a nosotros mismos, a veces es increíble narrar, les cuenta cuentos a
los chinos, o chinos de cuentos para poder faldar, ya no digamos al obrero con
aquello de no cobrar, el obrero no cobra porque el que le tiene que pagar, le
cuenta un cuento chino, y se lo tiene que tragar si quiere seguir con él
¡Vamos, continuar!.
Los
cuentos hay a millones, la mayoría son para deleite, pues su lectura es un disfrutar;
otros en cambio, te los cuentan o narran para poderte engañar, así comienza mi
cuento, con este prologo sin clasificar.
Presten
atención ustedes señores que, el cuento ha de comenzar nada más subir el telón
y la música sonar.
Era
que se era, el comienzo empieza ahora y se centra en una escalera, allí se
encontraba el buen hombre llamando sin parar, puerta por puerta que iba, según
llamaba y le abrían, con la puerta le daban cuando le decían: ¡NO! El hombre
sin pensarlo, seguía llamando, algún que otro le creería, y entonces él con su
verborrea se supone que le vendería, aquí le ofrezco esto, aquí le vendo lo de
más allá; no le importe el dinero, que se pude financiar.
El
hombre siempre usaba, sus palabras favoritas, —si me lo permiten señores— educación
no le faltaba, de hecho, de buena cuna venía. Con el paso de los años la buena
cuna se perdió y tuvo que ganarse la vida con lo poco que sabía, pues él era
orador, oraba aquí, posiblemente allá, a veces, en otro lugar, allí donde le
pagaban, el buen hombre iba a orar. Oraba en los templos, naves con cimientos,
incluso en clases sin clase ni nada que pudiera estorbar. Era orador de primera,
pues palabras no le faltaban, ya que todas o casi todas se conocía, llegó un
momento de su vida, que no había para leer y a la calle salía para poder
aprender. De ahí saco su labia, su manera de expresar, tantas palabras, sabía,
que la gente le apremiaba para que un buen rato clamara, o lo que es lo mismo, el
buen hombre recitara.
Curso
estudios en un colegio mayor, no por la edad que tuviera, si no que era de
nobleza y, como tal, ahí debía estudiar. Tonto el buen hombre no era, de hecho,
con su buena memoria retenía todo aquello que estudiaba, más como era de gran
linaje, el hombre lo clamaba para todos aquellos que le oían.
Gano
fama y fortuna, su posición aumentaba, pero a la hora de casarse eligió una
malquerida, no se sabe el porqué, tampoco ni cuando fue, lo que si se tiene en
cuenta era que él la amaba y ella no le echaba en cuenta.
Las
cuentas con el tiempo no cuadraban, gastaban más que ganaba, el zurrón donde lo
guardaba muy pronto se agotaría. Cuando eso ocurrió, la malquerida con estas
palabras le echo, ”vaya usted buen hombre, con Dios”. Creo que esto suena a una
buena despidida, más él que no quería creer, por aquello del querer. El amor
llegó a su fin, igual que él lo toco, por allí pasó un señor que, él su tiempo
anterior, parece que conoció.
Cogiéndolo
de la mano a su casa lo llevó, de él hizo que creyera que podía seguir en este
mundo, aunque fama ni dinero ya tuviera, pues todo aquello malgasto. Él vivía
en la miseria, ya que de bienes carecía, aquel hombre que lo recogió, le enseñó
lo poco que él sabía, pues era un buen vendedor.
Él
le dijo que dijera cuando a un portal accedía, esa oración bonita que las
puertas le abrirían. Echose a la ciudad con una cartera bonita, más con su
forma de hablar y el buen idioma que conocía, le sería fácil vender los
productos que ofrecía.
Llamo
y llamo tantas veces, unas pocas no le abrían, otros en cambio señores, no solo
le habría por lo que les ofrecía, sino, además, por escucharle todo lo que él conocía.
Aquí
queda bien claro señores, que, si quieres aprender lo que la vida te da, además
de la cultura, una mina tendrás, si te pones a trabajar.
Es
bien sabido por todos que el saber no ocupa lugar, y si por un momento lo
hiciera, con decir la oración —“si me lo permiten señores”—, con eso aquí
concurriera una finalidad, dónde se puede poner: aquí, todo termina ya.
bayekas
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