Familia
no hay más que una y el perro lo encontramos en la calle, autor Gomaespuma
Frecuentemente
es un señor. A veces lleva gafas, aunque no es indispensable. Se le reconoce
por ser el más alto de la familia, hasta que el niño de catorce años, que juega
al baloncesto en el cole, le saca dos cabezas. Tiene por costumbre echar la
culpa a la madre por la educación que él mismo no les da a los hijos. Conduce
el coche y a la hora de la comida es el encargado de decir:
—¡Concha,
leñe, otra vez lentejas...!
Contribuye
a la formación de los hijos con frases como:
—Pero,
chico, ¿tú te crees que el dinero llueve del cielo?
—¿A
qué hora viniste ayer, golfo? -Que tuviste a tu madre toda la noche con un
sofocón en la ventana. ¿A la una? ¿Tú te crees que soy tonto? Que me acosté yo
a las tres y todavía no habías llegado.
—Te
voy a dar un guantazo que te voy a cruzar la cara...
—Ve
a ver a tu abuela, que ¿cuándo tiempo hace que no vas a verla...?
Es
compresivo cuando los hijos le enseñan las notas del cole:
—Yo
no sé, hijo... Si es que no me extraña; todo el día pensando en las
musarañas... No sé si es que yo era muy listo, pero no recuerdo haberle llevado
a tu abuelo ni un suspenso. Y dice el profesor que si quieres puedes sacarlo,
pero como no te da la gana. Pues tú verás lo que haces porque, al fin y al
cabo, va a ser para ti. Yo ya tengo la vida solucionada.
Mientras
toda la familia se sienta en sillas, taburetes, etc., el padre tiene reservado
el mejor sillón frente a la tele y cuando alguien osa sentarse en él, suele
escucharse la siguiente frase:
—¿Es
que no hay otro sitio en toda la casa? Anda, ahueca de ahí ahora mismo.
Cuando
lleva de diez a doce minutos en el sillón, como el periódico le aburre, comienza
a interesarse por la vida de los demás:
—¿No
podéis poner la música más baja? ¿Es que estáis sordos o qué?
Los
sábados por la mañana invita tomar una caña a su mujer, a la que no hace ni
caso porque se encuentra con treinta amigos que, a su vez, no hacen caso a sus
treinta mujeres, pretendiendo que ellas mismas se hagan caso, cuando ni tan
siquiera las han presentado. Se produce así el clásico efecto natural de Las
madres de sábado que se puede observar en cualquier bar de la geografía
española: treinta mujeres mirando el techo durante hora y media mientras sus
maridos discuten un penalti.
Un
curioso fenómeno, estudiado por el profesor Jesús Piros de España en su libro
El excursionista medio, nos acerca a una contradicción muy común entre los
padres de familia.
Ponen
a parir a su hijo en casa, pero cuando hablan de él delante de sus amigos,
parece que no hay otro mejor. Que si es muy listo, que si es muy guapo, que si
es un gran deportista... aunque el niño sea un zopenco, más feo que Picio y un
gordo asqueroso.
Pero,
eso sí, el padre es buena persona. Dejando a un lado los castigos a los hijos,
la indiferencia con que trata a la esposa, etc., es bueno. Cuida por los
intereses de la familia, trabaja mucho, tanto que, cuando llega a casa después
de la oficina, está tan cansado que al primero que le plantea un problema por
pequeño que sea le manda a freír monas. Cuando se acuesta y la mujer le hace
algún cariño, apenas se entera porque hace diez minutos que ronca como un
cerdo.
Las
aficiones del padre de familia coinciden en un 70 por ciento de los casos. Son
amantes del fútbol, deporte al que reservan los domingos por la tarde.
Por
la noche, en la tele, ven los resúmenes de los partidos.
—Jo,
papá, yo quiero ver una peli.
—Pues
te vas a tu cuarto...
—Pero
si no tengo tele...
—Pues
la pintas.
Mientras,
la mujer plancha.
Algunos
padres tienen una aventurilla con una secretaria de la empresa, pero, una vez
que pasa la emoción del principio, se arrepiente y vuelve a casa muy cariñosos
con su mujer, a la que el invitan al cine y le regalan un chaquetón. La mujer sospecha,
pero se hace la sueca.
El
cabeza de familia tiene varios enemigos, pero el más común se llama suegra.
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