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lunes, 23 de marzo de 2020

Las palabras se agolpan en mi mente (22.03.2020)

Las palabras se agolpan en mi mente (22.03.2020)
No puedo pensar, cada vez que me detengo en un pensamiento las palabras saltan sobre mí, intentando que yo las escoja, cada una de ellas quiere ser la primera, tener prioridad sobre las demás, eso es imposible.

¿Cómo les digo que no hay un orden establecido, qué tienen que salir según necesidad?

Así somos todos, queremos ser los primeros, cueste lo que cueste, se sea válido o no, no escatimaremos nada con tal de ser elegidos. Este afán de ser, de notoriedad, es lo que hace de nosotros unos seres sin sentido, no sabemos valorar la espera, tan necesaria en muchos casos.

He ahí, el cuento de la señora Espera, ella con toda su naturaleza, estaba en su casa esperando, así pasaba las horas, su tiempo, su vida, en la espera.

Enfrente de ella, vivía la señora Prisas, siempre de aquí para allá, siempre en movimiento, no paraba, no cesaba de ir de un sitio a otro con rapidez. No podía estar quieta. Todo el mundo que la conocía decía que era puro nervio, sobre todo del norte, esto último no se sabe el por qué hacían referencia, pero cuando se referían a ella, a la señora Prisas, terminaban las frases o las conversaciones con la oración: “…sobre todo del norte”. Ellos sabrán, el porqué de ese añadido.

La vida en la comarca era estable, tranquila. Todos se conocían y, todos se llevaban muy bien, excepto la señora Espera y la señora Prisas, las dos no se podían ni ver, menos oír, y ya no digamos hablar. Era tal la aversión que se tenía la una a la otra, que habían encargado que les hicieran una puerta trasera que, diera a la calle posterior, la de atrás digamos así, para poder salir por ahí. Por aquello de que una no viera a la otra salir.

En cambio, todo sabían que no podían vivir la una sin la otra, ya que sus vidas, como quedó demostrado a todos los vecinos en su día, iban paralelas.

Cierto día, estando trajinando la señora Prisas de un lado a otro de la casa sin hacer nada, tropezó y cayó de bruces al suelo. Enseguida empezó a gritar desesperadamente de dolor. La señora Espera que estaba mirando entre las cortinas desde su casa, vio el tropezón con triple mortal que se dio su vecina, e inmediatamente, vía llamada telefónica, solicitó asistencia sanitaria.

Como era la ayuda para la señora Prisas, antes de que colgará el teléfono la señora Espera, se personaron los facultativos. Una vez reconocida (medicamente hablando), la trasladaron al hospital del condado.

Mientras duró la estancia de la señora Prisas en la clínica, la señora Espera no paraba de ir de un sitio a otro de la casa, desesperada no cesaba de trajinar en su casa sin hacer nada. Salía a la calle y era un sin cesar, a toda prisa, no paraba, no se detenía para nada, ni con nadie. En cambio, la señora Prisas, mientras estuvo en recuperación en el hospital, era puro aceite, una balsa de agua, todo en ella era tranquilidad, paz y sosiego.

Los días que estuvieron separadas las dos señoras, los vecinos no salían de su perplejidad por el comportamiento de ambas. La verdad, es que era el corrillo, en el que se embelesaban los habitantes de la comarca. Unos decían, otros hablaban, los más comentaban, era el principio y final de cada conversación y charlas. No se comenzaba una, si no antes informarse de cómo ha sido el comportamiento de las señoras. Al terminar, se despedían con, “mañana ya contaremos como ha trascurrido el día de las damas en cuestión.

Como dijimos, no hace mucho tiempo, pasado los días de baja médica, incluidos los de recuperación, pues es ya sabido que cuando alguien se fastidia la cadera tiene que ir al “fisio” y, además, ejercitar la parte fracturada o inmovilizada.

Bueno, en esas estábamos, la señora Prisas llega a su casa después del tiempo de estar internada, fue pisar el porche de su casa, echar la mirada a la vivienda de su amiga la Espera, y entrarle una catarsis, que la devolvió a su estado natural, el no poder estarse quieta ni un minuto. En cambio, la señora Espera, su vecina, fue verla aposentada ya en su casa y le entró un relax que parecía que se había tomado una caja de pastillas Valium.

De nuevo los residentes del lugar no salían de su asombro, todos se preguntaban: ¿Cómo era eso posible? ¿Esto no tiene explicación alguna?

Lo que todos ignoraban, es que, las prisas van parejos con la espera, la tranquilidad. Si existe las prisas, por naturaleza y obligación tiene que haber espera, tranquilidad, si no todo sería un desasosiego. Un mar de ahogos sin templanza. Un vivir sin vivir. Lo que se demuestra con todo esto es que uno no puede vivir sin el otro, somos siameses de nuestro par.

No sé, ni cómo, ni porqué he escrito todo esto, pero aquí está y aquí se queda.
bayekas

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