Jodidos,
pero contentos
Reflexiones
de un ciudadano a punto de cabrearse
Mariano
Mariano
La
gilipollez humana es una fuente inagotable de humor, y si no, a las pruebas me
remito. Gran parte de la población, sobre todos los jóvenes, acostumbra a pasar
los fines de semana de una forma idiota, y me explico. Después de una ardua
semana de trabajo, instituto, etc., por fin llega el viernes. Tras quedar con
los amiguetes de costumbre, nunca se va a un lugar donde se pueda hablar,
contar cosas, etc. No, habrá que ir a un lugar donde no se vea absolutamente
nada a causa del humor de los cigarrillos y donde la música este a todo trapo
con su "pum pum pum pum plisss pum pum pum pum pliss pliss pum pum pum
periodo".
Y,
nada más llegar, a mí me pones tres minis, que naturalmente el individuo en
cuestión se beberá en menos de veinte minutos. Cuando ya han pasado treinta y
cinco minutos del primer trago de mini, al alcohol se une el humo con el pum
pum, con el resto del alcohol, con los codos de los de al lado, con...
—¡Joder,
qué chungo me estoy poniendo! ¡Voy a potar, voy a potar, voy a aaaaagggggwwwaaawwg!
—y le vomita encima a dos de sus colegas.
Inmediatamente,
el personaje es sacado del antro por sus amiguetes, que lo depositan en la
acera, donde se queda tumbado durante tres o cuatro horas.
Es
una escena que vemos en la puerta de los bares de copas de cualquier ciudad y a
cualquier hora. Por supuesto, los colegas se quedan con él para ver si se le
pasa.
—Joder,
macho, que no se le pasa, vaya trozo que ha pillado.
Los
compinches, como es obvio, no pueden llevárselo a su casa, porque sus padres se
pueden infantar si lo ven en ese estado de semicoma etílico, así que hay que aguantar.
La
escena es conocida: uno tumbado en la acera en medio de un vómito y tres o
cuatro mirando los coches que pasan con cara de yo no fui.
Más
o menos a las seis de la madrugada, cuando ya el muchacho puede dar algún que
otro aso, los amigos deciden llevarlo a casa. Llega, entra, se acuesta y no da
señales de vida por unas cuantas horas. Su madre, preocupada por el estado de
su hijo, que no se ha levantado, le pregunta:
—¿Te
encuentras bien, hijo? ¿Quieres que te prepare algo calentito para que tengas
en el estómago?
—Déjame
dormir, no quiero anda.
Está
hecho polvo y así seguirá durante otro día más. Se pasará el sábado durmiendo y
el domingo recuperándose. El lunes tendrá que asistir de nuevo al trabajado, la
clase o lo que sea y, naturalmente, le preguntarán eso de ¿Qué tal el fin de
semana?, a lo que el muchacho (o muchacha) responderá:
—De
puta madre, un pedo guapo.
Qué
poca imaginación, hay que ser gilipollas.
La
gilipollez humana de para mucho, sobre todo cuando los síntomas son claros y
evidentes. Pongamos la imaginación en marcha y observemos otra escena
cotidiana:
El
marido llega a casa, abre la puerta, y se encuentra en la habitación a su
señora con su amante (el de la señora), desnudos ambos y él practicando el
misionero de forma agitada sobre la hermosa mujer.
—Pero
¿qué hacéis? -pregunta el sorprendido
cónyuge.
La
señora se dirige al amante y le contesta:
—Te
das cuenta cómo es gilipollas.
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