Un
hombre que trabajaba en una fábrica de enlatados le confesó a su mujer que
estaba poseído por una terrible obsesión: Introducir su pene en la cortadora de
pepinos. Espantada, la esposa le sugirió que consultara con un psicólogo. El
marido prometió que lo pensaría, pero todos los días le repetía a su esposa la
misma historia, hasta que ella, harta, un día le dijo:
—Pues
mételo y no me fastidies más. Es tu problema.
Días
después, el marido llegó cabizbajo, pálido y profundamente abatido.
—¿Qué
pasó, querido? —Le preguntó la mujer, ...
El
marido va y le dice: —¿Te acuerdas de mi obsesión por meter el pene en la
cortadora de pepinos?
—¡Oh,
no! —Gritó la mujer— ¡Dime que no lo hiciste!
—¡Sí,
si lo hice, lo hice! —Contesto el marido.
—¡Oh,
por Dios! Y... ¿Qué pasó? —Pregunto a continuación, la mujer.
—¡Me
despidieron! —Respondió el marido con resignación.
La
mujer desesperada y dudando le pregunta —Pero..., y..., ¡eh! ¿Qué pasó con la
cortadora de pepinos? ¿Te hizo daño?
El
marido con soltura, contesto —¡No, no!... También a ella la despidieron.
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