Ayer
tenías tarjeta, portátil, incluso teléfono. Y hoy te miran y no ven nada de lo
que ayer portabas.
Eras
persona de tarjeta y con ella, allá donde ibas, allí la enseñabas, después de
mucho hablar, ahí la dejabas para que te pudieran llamar. Antes, no eras el
hombre de tarjeta, es que tú y tu obra eran la tarjeta.
Nadie
sabía en realidad cual era tu trabajo o tu profesionalidad, se supone que eras,
por aquel tiempo, una cosa, pero en realidad, en la tarjeta al mostrarla y
leerla, se apreciaba algo, que no era lo que se suponía que tenía que ser.
Lo
que cambia el poder. Cuando no eras nada, trabajabas. Ahora qué eres algo, o
eso pone en la tarjeta, sólo te dedicas a holgazanear y a enseñar tu querida y
bella tarjeta.
Desde
aquel preciso momento a ti ya te llamaban el hombre de la tarjeta, el que
mostraba al instante, antes de saludar, esa tarjeta sobrante y, por su puesto,
muy popular.
Se
dice, se rumoreaba, que para que tú mostraras esa clara y natural tarjeta,
tenían que tener, nombre, despacho y templanza, lo último no suena bien, pero
era menester de que se tuviera también, benignidad, esta palabra suena muy
bien, pero como se puede ver, no es del saber popular, de ahí, que a los de
abajo no se la mostrarás.
Unos
y otros se pusieron a indagar, quién pudiera ser, ese ser de la tarjeta, que
antes de abrir la boca para poder saludar, ya tenía en la mano, la dichosilla
tarjeta.
Bueno,
querido señor, ha sido para ese ser sin pudor, una dicha constante, el saber
con mucho interés que significado tenía el poder mostrar y presumir, de esa
tarjeta al instante.
Uno,
el que suscribe, no tenía ni tiene esa categoría total, de poder mostrar al instante
esa tarjeta tan formal, que le abren todas las puertas, la gente, encima, le
llama “Señor”, sin pudor ni rubor. ¡Joder con el de la tarjeta!
bayekas
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