En
cierta ocasión, su colega Tristan Bernard fanfarroneaba con que era tan famosos
que le conocían en todos los establecimientos de París.
Así
que entraron en una tabaquera. El dependiente le replicó:
—Son
300 francos, pero, tratándose de usted que es una gloria de Francia, se lo
dejaré en 200.
—Está
bien. Mándemela a casa con la factura, —le dijo Bernard, satisfecho.
—¿Me
deja una tarjeta con su nombre y dirección?, —inquirió entones el vendedor.
Guitry
no pudo reprimir la risa y le susurró a su amigo: —Tu gloria ha muerto hoy aquí.
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