El
diario de un perro (15.03.2020)
El
diario de un perro no es sobre mi mascota; sin embargo, sí es la vida de muchos
perros desafortunados que fueron comprados en un momento de capricho o sin
pensar, por dueños irresponsables que no se interesan en su mascota, ni se
tientan el corazón en echar a un animal a la calle. Tal vez no se han puesto a
pensar todo lo que pasará ese pobre animalito.
Este
cuento es lo que esos perros nos platicarían en realidad, si pudieran hablar.
Está dedicado a ellos, tratando de sensibilizar a sus dueños.
Primera
semana. Hoy cumplí una semana de nacido... ¡qué alegría haber llegado a este
mundo! .
Primer
mes. Mi mamá me cuida muy bien. Es una mamá ejemplar.
Dos
meses. Hoy me separaron de mi mamá. Ella estaba muy inquieta, y con sus ojos me
dijo adiós, esperando que mi nueva familia humana me cuidara tan bien como
ella.
Cuatro
meses. He crecido rápido; todo me llama la atención, hay varios niños en la
casa que para mí son mis hermanitos. Somos muy inquietos, ellos me jalan la
cola y yo los muerdo jugando.
Cinco
meses. Hoy me regañaron. Mi ama se molestó porque me hice pipí adentro de la
casa; pero nunca me han enseñado dónde debo hacerlo, además duermo en la
recámara ¡ya no me aguantaba!
Ocho
meses. Soy un perro feliz. Tengo el calor de un hogar; me siento tan seguro,
tan protegido. Creo que mi familia humana me quiere y me consiente mucho.
Cuando están comiendo me convidan. El patio es para mí sólito y me doy vuelo
escarbando como mis antepasados los lobos, cuando esconden su comida. Nunca me
educan ha de estar bien todo lo que hago.
Doce
meses. Hoy cumplí un año. Soy un perro adulto. Mis amos dicen que crecí mucho
más de lo que ellos pensaban, que orgullosos se deben de sentir de mí.
Trece
meses. ¡Qué mal me sentí hoy! Mi hermanito me quitó la pelota. Yo nunca le
agarro sus juguetes. Así que se la quité, pero mis mandíbulas se han hecho muy
fuertes, así que lo lastimé sin querer. Después del susto, me encadenaron, casi
sin poderme mover, al rayo del sol. Dicen que van a tenerme en observación y
que soy ingrato. No entiendo nada de lo que pasa.
Quince
meses. Ya nada es igual...vivo en la azotea. Me siento muy solo...mi familia ya
no me quiere. A veces se les olvida que tengo hambre y sed. Cuando llueve no
tengo un techo que me cobije.
Diez
y seis meses. Hoy me bajaron de la azotea, de seguro mi familia me perdonó. Yo
me puse tan contento, que daba saltos de gusto. Mi rabo parecía reguilete.
Encima de eso, me van a llevar con ellos de paseo. Nos enfilamos hacia la
carretera y de repente se pararon. Abrieron la puerta y yo me bajé feliz
creyendo que haríamos nuestro día de campo. No comprendo por qué cerraron la
puerta y se fueron.
¡Oigan
esperen!, ladré...se olvidan de mí. Corrí detrás del coche con todas mis
fuerzas. Mi angustia crecía al darme cuenta que casi me desvanecía y ellos no
se detenían: me habían abandonado.
Diez
y siete meses. He tratado en vano de buscar el camino de regreso a casa. Me
siento y estoy perdido. En mi sendero hay gente de buen corazón que me ve con
tristeza y me da algo de comer. yo les agradezco con mi mirada y desde el fondo
de mi alma. Yo quisiera que me adoptaran y sería leal como ninguno, pero sólo
dicen pobre perrito, se ha de haber perdido.
Diez
y ocho meses. El otro día pasé por una escuela y vi muchos niños y jovencitos
con mis hermanitos. Me acerqué y un grupo de ellos, riéndose, me lanzó una
lluvia de piedras -a ver quién tenía mejor tino. —Una de esas piedras me
lastimó un ojo y desde entonces ya no veo con él.
Diez
y nueve meses. Parece mentira, cuando estaba más bonito se compadecían más de
mí. Ya estoy muy flaco; mi aspecto ha cambiado. Perdí mi ojo y la gente más
bien me saca a escobazos cuando pretendo echarme en una pequeña sombra.
Veinte
meses. Casi no puedo moverme. hoy al tratar de cruzar una calle por donde pasan
muchos coches, uno me arrolló. Según yo estaba en un lugar seguro llamado
cuneta, pero nunca olvidaré la mirada de satisfacción del conductor, que hasta
se ladeó con tal de centrarme. Ojalá me hubiera matado, pero sólo me dislocó la
cadera. El dolor es terrible, mis patas traseras no me responden y con
dificultades me arrastré hacia un poco de hierba a la ladera del camino.
Tengo
10 días bajo el sol, la lluvia, el frío, sin comer. Ya no me puedo mover, el
dolor es insoportable. Me siento muy mal; quedé en un lugar húmedo y parece que
hasta mi pelo se está cayendo. Alguna gente pasa y ni me ve; otras dicen: no te
acerques.
Ya
casi estoy inconsciente; pero alguna fuerza extraña me hizo abrir los ojos. La
dulzura de su voz me hizo reaccionar: Pobre perrito, mira cómo te han dejado,
decía...junto con ella venía un señor con bata blanca, empezó a tocarme y dijo:
lo siento señora, este perro ya no tiene remedio, es mejor que deje de sufrir.
A la gentil dama se le salieron las lágrimas y asintió. Como pude, moví mi rabo
y la miré agradeciéndole me ayudará a descansar. Sólo sentí el piquete de la
inyección y me dormí para siempre pensando por qué tuve qué nacer si nadie me
quería.
La
solución no es echar el perro a la calle, sino educarlo. No convierta en
problema una grata compañía.
#PiensaPositivo
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