Corría
el año 1.400 d.C., en los campos de La Mancha. Nos encontramos con un labriego
que trabajaba todo el día hasta que anochecía en sus campos de labranza, tal
era su tesón y trabajo, que el Señor de los Altos Cielos le dio la gracia de
tener la más bella las lechugas.
Presumía,
con razón, de tener el mejor y más hermoso producto que daba la tierra y su
trabajo. Su tiempo le llevaba. En cambio, la lechuga sin hacer nada presumía de
ser la más bella de la comarca y de todo el reino.
Todo
el mundo que entendía, asombrados se quedaban.
Con
todo aquello, la lechuga se hinchaba, se hinchaba y más gorda se ponía, de eso
y de ser hermosa, ella, la lechuga se creía.
Pasó
por allí una cabra que de belleza y de presumir la pobre no entendía, pero sí
de pasar hambre, más al ver esa lechuga gorda y jugosa se le hizo la boca agua.
Sin pensarlo ni meditarlo, en un momento dio cuenta de tan delicioso manjar.
Tanta
belleza y razón, quedó en un instante, dentro de la panza del rumiante.
Si
te crees lo que no eres o en algún momento presumes de lo que pudieras ser, ten
cuidado con los rumiantes que podrán degustarte con o sin razón o sin querer.
bayekas
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