Carlos
Pereda30 junio 2010
Hay
numerosas alarmas para mantenerse lejos de la contagiosa presencia de
Ida Vitale. ¿A qué me refiero? Una razón para no leerla consiste en que sus versos obligan a hacer caso omiso, y hasta a huir, de la dictadura palabrera: esas selvas de información inútil, esas comunes charlas de quienes empotrados en los medios masivos de comunicación o, al menos, en algún rincón de internet, se han autoerigido en expertos de lo que ignoran. No hay que ser demasiado observador para darse cuenta del agravio moral, de la basura política, básicamente, de la tontería que día a día se desparrama por no obedecer la máxima ¡Ten cuidado con las palabras! Pero ay de quien la desatiende; después de todo, de la mano de las palabras recorremos la vida. Desde Palabra dada, de 1953, Vitale no ha dejado de cuidar, aunque también de cuidarse, de las palabras. Por ejemplo, el poema “Reunión” de su libro Oidor andante, de 1972, comienza:
Ida Vitale. ¿A qué me refiero? Una razón para no leerla consiste en que sus versos obligan a hacer caso omiso, y hasta a huir, de la dictadura palabrera: esas selvas de información inútil, esas comunes charlas de quienes empotrados en los medios masivos de comunicación o, al menos, en algún rincón de internet, se han autoerigido en expertos de lo que ignoran. No hay que ser demasiado observador para darse cuenta del agravio moral, de la basura política, básicamente, de la tontería que día a día se desparrama por no obedecer la máxima ¡Ten cuidado con las palabras! Pero ay de quien la desatiende; después de todo, de la mano de las palabras recorremos la vida. Desde Palabra dada, de 1953, Vitale no ha dejado de cuidar, aunque también de cuidarse, de las palabras. Por ejemplo, el poema “Reunión” de su libro Oidor andante, de 1972, comienza:
Érase
un bosque de palabras,
una
emboscada lluvia de palabras,
una
vociferante o tácita
convención
de palabras
El
mismo poema comprueba que quien se haya perdido en esa selva salvaje se
encontrará con que
Ya
nunca más, diríase,
el
silencio.
Cuidado:
la pérfida “emboscada lluvia de palabras” que arma la dictadura palabrera no
sólo erosiona los silencios, también hiere de muerte las palabras. Como indica
otro poema:
Un
breve error
las
vuelve ornamentales.
Pero
no sólo la vociferante emboscada del opinar y opinar arrasa silencios y
palabras. No sin zozobras, Vitale comprueba:
Hasta
el lenguaje llegan
los
indicios del miedo.
Presa
del miedo o degenerada la palabra en ornamento, perdemos el habla, aunque
hablemos todo el tiempo. Así, terror y páramo nos consumen. De ahí que en su
último libro, Trema, de 2005, Vitale proponga como tarea
Abrir
palabra por palabra el páramo,
abrirnos
y mirar hacia la significante
[abertura
Multiplicar
agujeros en la cueva de la dictadura palabrera y contemplar el mundo: desde
Platón, ahí está el detalle. Sin embargo, la segunda razón para no leer a
Vitale es más poderosa que la de no querer cuidar de las palabras: estos no son
tiempos para resistir el vértigo simplificador. Al respecto, leo el poema
“capítulo”
donde
al fin se revela
quién
fui, quién soy,
mi
final paradero,
quién
eres tú, quién fuiste,
tu
paradero próximo,
el
rumbo que llevamos,
el
viento que sufrimos,
y
donde se declara
el
lugar del tesoro,
la
fórmula irisada
que
claramente
nos
explica el mundo.
A
esos deseos alucinantes, notorios productos de alguna dictadura palabrera
–saber mi final paradero, saber quién eres finalmente tú, conocer por completo
el rumbo que llevamos...– Vitale se los sacude: meras telarañas de la cueva que
impiden mirar y oír. Previsiblemente, este poema escrito en mayúsculas
confiesa, en minúsculas:
pero
luego el capítulo
no
llegó a ser escrito.
No
se escribieron esas fantasías de la voluntad ya que quien intente hacerlo
sucumbe sin más al vértigo simplificador. Porque no hay fórmula en singular que
explique la diversidad. Explicar, como los otros modos de pensar, es tarea
plural, se realiza a partir de muchos puntos de vista y, no pocas veces, las explicaciones
entran en tensión. (Un ejemplo: explicar desde el punto de vista de la física
elimina o deja de lado la capacidad de actuar y, ante todo, nuestra libertad.)
Por eso, sólo el esclavo de una dictadura palabrera se siente capaz de dar
cuenta de cualquier cosa, borrando de su alma asombro y perplejidad. Vitale no
deja de puntualizar que ese mal paso aleja para siempre del camino de la
sabiduría. He aquí la tercera razón para no leer a Vitale. Porque ¿existe otro
camino más arduo que este? Por lo pronto, el poema “Llamada vida” del libro
Nuevas arenas, de 2002, en su primer verso sugiere un abordaje:
Ponerse
al margen
Enseguida
también se enseña que en las diversas prácticas, desde amasar pan hasta cantar
himnos, es preciso no perder la capacidad de recomenzar:
ofrecerse
a lo parco del día
si
morir una hora tras otra
volver
a comenzar cada noche
volar
de lo distinto a lo idéntico
admirar
miradores y sótanos
infligirse
penarse concernirse
Aludí
a razones para no complicarse la vida leyendo a Vitale. Pregunta general: ¿de
dónde proviene el extraño poder que algunos versos tienen en muchas mentes y en
no pocos corazones? Los grandes poetas –se conoce– son los quintacolumnistas de
los ángeles o, en un vocabulario incoloro, los quintacolumnistas de lo otro. La
poesía de Vitale no deja de advertirnos que hay otro modo de usar las palabras,
ajeno a la dictadura palabrera, otro modo de pensar fuera del vértigo
simplificador y, ante todo, que es posible otro camino, lleno de obstáculos,
pero divergente de la cómoda supercarretera de la ignorancia. Por eso, quien
lea sus versos, en medio de tanto ruido y fantasía que anonadan, acaso pueda
rescatar un poco de sentido, un poco de coraje, un poco de humanidad.*
*
Texto leído con motivo del otorgamiento a Ida Vitale del Premio Internacional
Octavio Paz de Poesía y Ensayo el 19 de abril de 2010.
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