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jueves, 30 de abril de 2020

Hotel al final del camino - Stephen King (30.04.2020)

Hotel al final del camino - Stephen King (30.04.2020)
—¡Más rápido! —dijo Tommy Riviere—. ¡Más rápido!
—Lo estoy poniendo a ciento veinte —dijo Kelso Black.

—Tenemos a los polis encima nuestro —dijo Riviera—. Ponlo a ciento cuarenta. —Se asomó por la ventanilla. Detrás del automóvil que huía se encontraba un atrullero, con la sirena aullando y las luces rojas destellando.

—Voy a doblar en el camino lateral de allí adelante —gruñó Black. Giró el volante y el automóvil se internó en el tortuoso camino de grava. 

El policía uniformado se rascó la cabeza.
—¿A dónde se fueron?

Su compañero frunció el entrecejo.
—No lo sé. Simplemente... desaparecieron.

—Mira —señaló Black—. Hay unas luces enfrente.

—Es un hotel —se asombró Riviera—. ¡Un hotel, en este camino perdido! ¡Tiene que funcionar! La policía nunca nos buscará allí.

Black clavó los frenos sin importarle los neumáticos del automóvil. Riviera se inclinó sobre el asiento trasero y aferró una bolsa negra. Empezaron a caminar.
El hotel parecía una escena sacada de la época del 1900.

Riviera pulsó la campanilla con impaciencia. Apareció un anciano.
—Queremos una habitación —exigió Black.

El hombre los contempló en silencio.

—Una habitación —repitió Black.

El hombre se dio vuelta para volver a su oficina.

—Mira, viejo —dijo Tommy Riviera—. Eso no se lo perdono a nadie.  —Extrajo su treinta y ocho—. Ahora mismo vas a darnos una habitación. 

El hombre parecía dispuesto a seguir su camino, pero por último pronunció:
—Habitación cinco. Al final del pasillo.

Como no les ofreció firmar el registro, ellos subieron. El cuarto estaba vacío salvo por una cama doble de hierro, por un espejo resquebrajado y un empapelado mugriento.

—Aah, qué basura de cuarto —dijo Black, asqueado—. Apostaría a que hay tantas cucarachas aquí que se podría llenar un bidón de veinte litros.

Al despertar a la mañana siguiente, Riviera no pudo salir de la cama. No podía mover ni un músculo. Estaba paralizado. Entonces el viejo se dejó ver. Tenía la aguja que acababa de aplicarle a Black en los brazos.

—De modo que está despierto —dijo—. Queridos míos, ustedes dos son los primeros agregados a mi museo en veinticinco años. Pero se conservarán bien. Y no morirán. Irán a parar al resto de la colección de mi museo viviente. Unos hermosos especímenes.

Tommy Riviera ni siquiera pudo expresar su horror. 

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