Era
un día de esos en el que cielo se cubre de oscuridad presagiando
tormenta. Ayer al ver las noticias el hombre del tiempo pronosticó una mañana soleada, el cielo despejado. Uno de esos días idílicos para darse una caminata por el campo, de hecho, me lo había pensado bastante tomármelo como descaso, incluso tenía encima de mi esritorio la nota rellena solicitando a la empresa esta jornada como moscosa.
tormenta. Ayer al ver las noticias el hombre del tiempo pronosticó una mañana soleada, el cielo despejado. Uno de esos días idílicos para darse una caminata por el campo, de hecho, me lo había pensado bastante tomármelo como descaso, incluso tenía encima de mi esritorio la nota rellena solicitando a la empresa esta jornada como moscosa.
Se
suele decir que no llueve a gusto de todos, en este caso, nos toca esperar como
transcurre para ver si la decisión que he tomado ha sido correcta o nos
pasaremos unos días refunfuñando por la oportunidad perdida de disfrutar un
tiempo maravilloso en el campo.
Hecho
está observación, lo demás toca esperar. En estos momentos toca ir al curro,
muy a pesar mío, no tengo el cuerpo para ese baile; ni la mente, para tal
fatiga, pero como suelen decir los del pueblo llano, hay que comer, pagar
facturar y tener un poco para fiestas y sobre todo ahorrar para las vacaciones
que las tenemos a la vuelta de la esquina. Solo por esos días merece todo este
esfuerzo. En fin, he de continuar con la faena. Haya vamos.
Sin
pensar más, me levanté diciéndome, a la, arrancar motores, y me puse en marcha,
la acción del día me estaba esperando. No hay como animarse uno mismo en ese
tiempo de baja estima, por lo que me dije, “manos a la obra”, un nuevo día
nuevo de trabajo nos está esperando, para que este país sea más rico y
próspero. No me lo creía ni yo, pero ya se sabe, de ilusión también se
alimentan las almas cándidas como la mía.
Permítame
un momento de nostalgia, jajajajaja.
Ya
se me ha pasado el trago, tenía un nudo en la garganta solo de pensar lo que
acabo de decir, vamos que ni el más tonto del pueblo se lo cree, pero yo soy
así de incrédulo e inocente. ¡Qué barbaridad, cómo estoy hoy! En cualquier
momento me salgo con tanta espontaneidad de palabra y verborrea propio de un
buen político tempranero. Éstos son los peores, pues que te cogen recién
levantado, medio adormilado, con ganas de no hacer nada. “Y, zas”. Te dan esas
locuciones que tiene preparadas como discursos, y sin pestañear, caes en sus
redes. Vamos, que te llevan de calle sin ningún miramiento. Y, para colmo, con
lo facilón que soy. Nada, nada, que estoy perdido en ese horario tan temprano.
No
pensé más. Terminé el aseo, como es natural y de buenas costumbres, me vestí. Y
derecho a la cocina a desayunar. Con esto también me ocurre lo mismo, siendo
tan temprano, como no meta algo en el cuerpo, no soy nadie. Es como si con un
saco se hiciera magia con él y se le pusieran andar, pues por propia
naturaleza, es un cuerpo inmóvil y pesado, si no fuera así, se lo tienen que
echar uno a los hombros y colgar con él todo el rato. Esto describe como se encuentra
mi cuerpo tan temprano y sin tragar nada. Una vez más me voy por los cerros de
Úbeda.
Sin
pensar más, me eché al camino. Tomé el tranvía, más adelante el tren de cercanías,
y lo que le seguía era el Metro. ¡Casí na! Más o menos dos horas de transporte
público. Como era de esperar, estando en hora punta ¿Cómo estaba todo?
¡Abarrotado! ¡A reventar!
La
vida continua, y yo no iba a ser menos. En todo este trayecto, mi cabeza no
paraba de dar vueltas. Qué si sí, qué si no. Qué me quedo, qué me voy. Qué pa
qué, qué pa na. Qué da lo mismo o que no es igual. Qué voy, qué me quedo. Al final
pensé, vaya mierda de consuelo. Me di media vuelta y para casa a preparar el
puchero.
En
eso estaba yo, cuándo suena el móvil, el teléfono moderno, ese que no es fijo,
el que lleva uno encima, pero que muchas veces no hace caso de él. Pues sí. Que
suena, que suena, que venga sonar, que no para, que sigue sonando. Ya uno se
pregunta con tanta insistencia ¿Quién será? Miramos- ¡Cómo no! La empresa que
se molesta en llamar, por qué no voy o mejor dicho, por qué no estoy ya
currado. Yo que me paro. Que sigo en silencio. Escucho callado todos sus
argumentos, me doy cuenta que no tiene ninguno, solo están con el erre que
erre, que pa ya, que pa ca. Eso sí, sin decir ni mu, ni ha, no dé a ver qué,
sino, de haber cómo falto.
Yo
que me asombro de tanto aguante, no por ellos, sino por mí. En fin, que después
de mucho escuchar, me tocó a mí hablar más que argumentar. Por lo que decido al
final, no ir a currar. Entonces me pongo yo a contestar, que sí, qué sí; qué
no, qué no; que hoy por ti, que mañana por mí. Vamos que no voy a currar, que
de tanto pensarlo, malo me estoy poniendo ya.
Mire
usted, señor, de la oficina, que no me encuentro muy bien, que estoy más bien
mal, no por hoy, que ayer ya lo estaba, y... de tanto aguantar, creo que estoy
enfermo de pensar, por lo que no hay lugar de ir por allí a trabajar, que mejor
me acerco al médico, a ver que ve, y cómo justifico el haber faltado al
trabajo.
Sí,
sí… Lo comprendo, sin falta el justificante, lo tendrá usted —de nuevo— en sus
manos tan pronto cómo el galeno me lo dispense. Sin más al médico sin parar.
Ya
en la consulta, mire usted —de nuevo el título— que iba todo decidido a
trabajar esta mañana, pero no sé cómo ni por qué, que me dio un dolor en esa
parte de atrás, que me tuve que agarrar, que no podía ni andar, andar anduve,
pero muy mal.
—¿Y
dónde le duele? ¿Aquí? —No dejaba de apretar.
—¡Cómo
siga así, me va usted –de nuevo- a reventar!
—Eso
se ve feo. Venga unas pastillitas, y usted –ya me tocaba a mí que me llamará
eso…- dentro de unos días como nuevo.
Y
hete aquí por fin, en el campo estoy, con mis pastillitas que tomar, el dolor
que aguantar, y la paz y el olor de campo a disfrutar.
Y
cómo no sé qué poner, ni cómo seguir, lo doy por terminado o acabado, que viene
a ser lo mismo, pero, con otras palabras, que haberlas las hay, fin, concluido,
expirado, y cómo no: The end.
bayekas
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