Muchos
eran los muertos en el pueblo de los nookta. En cada muerto había un
agujero por donde le habían robado la sangre.
agujero por donde le habían robado la sangre.
El
asesino, un niño que mataba desde antes de aprender a caminar, recibió su
sentencia riendo a carcajadas. Lo atravesaron las lanzas y él, riendo, se las
desprendió del cuerpo como espinas.
-Yo
les enseñaré a matarme -dijo el niño.
Indicó
a sus verdugos que armaran una gran fogata y que lo arrojaran adentro.
Sus
cenizas se esparcieron por los aires, ansiosas de daño, y así se echaron a
volar los primeros mosquitos.
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